Una motosierra, un peinado alocado, acusaciones hacia la clase política de conformar una casta, gritos desaforados y una maqueta del Banco Central siendo reventada. Las imágenes que han hecho conocido al presidente argentino sin trayectoria política han atravesado fronteras y no está en lo absoluto exento de polémica. Fueron pocos quienes pudieron pronosticar no solo una figura antisistema, de extrema derecha y outsider de la política sino también que prometiese ajuste y recesión ganando la presidencia de la nación frente a un candidato tan mainstream como su contrincante del tradicional peronismo en noviembre del 2023.
Su figura disruptiva logró penetrar en las preferencias del electorado de modo tal que hizo propio el malestar de los ciudadanos con los dirigentes tradicionales. El actual presidente desafió al sistema y al manual de la política. Inclusive la comunicación. Prometió depurar al Estado de una casta política que se hace de sus instituciones para servirse a ella misma; prometió ajuste y medidas de corte rigurosamente ortodoxo con el fin de equilibrar las cuentas fiscales, eliminar el déficit, reducir la inflación y propiciar las condiciones para generar un capitalismo competitivo y desregulado. Prometió sacrificio, sangre, sudor y lágrimas. Y así ganó.
¿Cuáles fueron los elementos y las circunstancias permitieron que la excéntrica personalidad de Javier Gerardo Milei llegase a ocupar el Sillón de Rivadavia? ¿En qué contexto este presidente propone un polémico paquete de reformas drásticas? ¿Y cómo ha llegado la Argentina, tras 40 años de democracia, a elegir un hombre que se presente como completo outsider del sistema político ajeno a sus vicios?
La República Argentina se ufana de su joven democracia. Pues resulta lógico: le costó nada menos que seis golpes de estado en el siglo xx llegar a un régimen político donde se respete el Estado de derecho, donde se celebren elecciones periódicamente y donde se garanticen los derechos civiles y políticos de sus ciudadanos. Más aún, ha sido ejemplo en el mundo por juzgar en tribunales civiles a los responsables de la última dictadura cívico militar que constituyó uno de los episodios más oscuros de su historia.
Sin embargo, detrás de esa joven y endeble democracia se esconde otra tragedia: su incapacidad de traer consigo prosperidad económica. Más bien, no logró garantizarla. En todas las décadas desde 1983 se han conocido años de profundas crisis y hoy un 41,7% de los argentinos se encuentran debajo de la línea de pobreza, lo que representa unos 19,4 millones de personas. Por si fuera poco casi la mitad (47,6%) de los trabajadores se encuentran fuera del sistema en un esquema de informalidad que los priva de seguridad social, acceso a salud de calidad, vacaciones pagas, etc. Y si bien el desempleo ronda el 6,2% la inflación interanual ha alcanzado el 276,2% quedando en el podio con países como el Líbano, Zimbabue y Venezuela.
En las elecciones del 2023, 30% del electorado tenía menos de 30 años, el 50,2% no llegaba a los 40 años y 6 de cada 10 electores tenía menos de 45 años de edad. En otras palabras era una elección definida por el sector milenial y centennial de la población. Téngase presente que numerosas organizaciones civiles y organismos internacionales tales como UNICEF no dejaban de resaltar que la pobreza y la informalidad afecta con mayor ímpetu a la juventud, por lo que no es de extrañar que el primer foco de ciudadanos seducidos por el terremoto violeta del libertario se concentre sobre todo en los segmentos más jóvenes.
De hecho, la Argentina se encontraba tan estancada que no lograba generar empleo genuino en el sector privado desde el año 2011. La inflación ha sido una derrota tanto de gobiernos peronistas como no peronistas en las últimas décadas y los habitantes de barrios populares –anteriormente denominados villas miserias– no han parado de ascender desde la crisis del 2001. Esto significa que lo dramático radica en el hecho de que, con 40 años de democracia, la política electoral y partidaria no ha sabido encontrar soluciones reales a problemas concretos que deriven en progreso y crecimiento.
La informalidad, que a veces vemos en los vendedores ambulantes, en los jóvenes conduciendo un uber, o en ciclistas de aplicaciones de delivery, alcanzan el 45% de los trabajadores. Representan ni más ni menos que 8 millones de personas que además de no estar registrados y encontrarse vulnerables frente a los vaivenes de una economía errática como la argentina padecen un profundo hastío de promesas vacías de un sistema político impotente que sólo logra verse a sí mismo. A ellos se les suman otros 3 millones que son trabajadores o profesionales por cuenta propia que tampoco gozan de la seguridad de los 5 millones que se encuentran asalariados en el sector privado. Ahora bien, lo más irónico fue la marca propia que generó el gobierno de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner en el periodo 2019-2023 que es la conformación de un escenario donde habitan asalariados en la formalidad, tanto dentro del sistema privado como del público, pero que no alcanzan a cubrir sus necesidades básicas. Es decir que generaron trabajadores debajo de la línea de pobreza que aun teniendo un empleo registrado son pobres. Dicho de otro modo, el sistema argentino se había tornado en una verdadera picadora de carne.
En esa línea, y a la luz de algunos números que ilustran una realidad frustrante, Milei triunfa casi como un acto de fe y de sentido común. Su voto se transforma en la apuesta por la opción distinta y fresca a la centro derecha y a la centro izquierda política que han gobernado los últimos 30 o 40 años, e incluso a la izquierda trotskista que ya forma parte de un paisaje electoral que nunca tuvo chances reales. Todas experiencias frustradas. Ante una inflación que licúa los ingresos, donde se torna cada vez más dificultoso para los partidos canalizar personas excluidas del sistema y a trabajadores pobres ¿no resulta lógico, entonces, que un candidato antisistema, extremo y novedoso como Milei haya arrasado en las elecciones? ¿no es coherente que el peronismo tradicional, otrora identificado con sectores sindicales cada vez más alejados de su base, pierda representatividad?
Como resultado del panorama anteriormente descrito, Milei arribó a la Casa Rosada de una forma inusitada y sin precedentes. Anteriormente, se creía que el gobierno de Mauricio Macri (2015-2019) había sido el más minoritario de la historia porque se trataba de un presidente cuya fuerza detentaba apenas 5 gobernaciones de 24 (4 provincias más la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que oficia de híbrido entre gobierno subnacional provincial y ciudad-municipio). Milei, en cambio, alcanzó el poder sin ganar ni gobernar ni una sola de las provincias ni contar con un solo gobernador aliado. De igual forma, de más de 1000 municipios y comunas, solamente obtuvo 3 intendencias. Por consiguiente, llega al Poder Ejecutivo Nacional un mandatario sin ningún tipo de base o poder territorial como jamás lo careció un presidente.
De hecho, en muchas provincias Javier Milei ganó con “boleta corta”. ¿Qué quiere decir esto? Que en la mayoría de estas a la hora de aproximarse al cuarto oscuro para emitir el voto se podían encontrar numerosas boletas para distintas categorías como Presidente, Gobernador, Senador, Diputado, Intendente, Concejal, etc., pero en gran parte de las provincias Milei se limitaba a presentarse con una boleta que circunscribía la postulación de la Libertad Avanza, su fuerza política, a la categoría presidencial reflejando así la falta de aparato y de interés por la misma. Pero también le permitía plebiscitar su figura contra todo. Elegían al economista, al loco, al panelista, al nuevo, al disruptivo y no a un partido, una alianza o una fuerza. Es más, siendo un candidato porteño (oriundo de Buenos Aires) arrasó principalmente en el interior (las provincias más periféricas). Conoció el triunfo en la elección más difícil a pesar de carecer de una maquinaria electoral que sustente su candidatura en un país tan extenso, diverso y rígido.
De más está decir que un esquema federal de gobierno, las figuras de los gobernadores se presentan como las figuras críticas para garantizar gobernabilidad toda vez que ejercen un poder territorial con capacidad de obstaculizar las medidas e intenciones del presidente. Sin estos, difícilmente se puede garantizar el éxito de un proyecto político y en parte fue lo que sucedió con la experiencia del gobierno de Cambiemos/Juntos por el Cambio comandado por Macri.
En el ámbito parlamentario, por su parte, la situación tampoco es muy diferente. Tan solo en el Senado, el oficialismo detenta 7 bancas sobre 72 sin contar con la presidencia que ejerce Victoria Villaroel, la Vicepresidente de la Nación. Su voto solo cuenta en caso de empate. La oposición dura representada en el kirchnerismo y distintas expresiones del peronismo alcanza las 33 bancas. El resto le corresponde a distintos partidos como radicales, el pro y diversas fuerzas provinciales que pueden o no constituir aliados circunstanciales. En la Cámara de Diputados, por su parte, la fuerza del presidente posee una bancada que apenas supera la cuarentena de diputados de un total de 257 legisladores. Estamos frente a un gobierno que sin importar lo que se desee proponer en estos cuatro años va a precisar perentoriamente entablar diálogo y negociación con otras fuerzas para superar los obstáculos del Congreso que supone un sistema republicano –y la democracia misma- en caso de querer garantizar el éxito de su provocadora agenda reformista y libertaria. El peronismo y la izquierda dura aglutinan allí 105 opositores que van a rechazar a toda iniciativa del oficialismo. En el medio van a encontrar otra cuarentena de posibles y eventuales aliados identificados en el PRO (partido propuesta republicana) y expresiones cercanas, en conjunto a otros bloques como el histórico radicalismo (con una treintena de diputados) y otras fuerzas como Hacemos Coalición Federal e Innovación Federal donde se nuclean distintos partidos nacionales y provinciales que si bien son más reticentes a brindar apoyo explícito –mucho menos incondicional– al gobierno si se presentan como posibles garantes de gobernabilidad.
El desafío, consecuentemente, para el economista reside en lograr sortear los derroteros de la política tradicional a los que tanto se opone para instalar una batería de medidas que encuentra resistencias en casi todo el arco político. Le pasó con un controvertido Decreto de Necesidad y Urgencia (el 70/2023) y con sus medidas contextualizadas en su batalla cultural. Es más paradójico aun cuando se reflexiona al respecto debido al hecho de que el gobierno hace precisamente gala de su rechazo explícito a las reglas y convencionalismos de la política donde las herramientas predilectas y principales son el diálogo y la negociación. Pero más notable resulta aún que en ese esquema de fracaso garantizado por falta de músculo político logra hacer de las derrotas una victoria retórica ya que todo impedimento a una reforma laboral, impositiva, fiscal o política se explica en que la “casta” no resigna sus privilegios.
Durante las negociaciones sobre la denominada “Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos” un monstruoso y osado proyecto de ley que superaba los 600 artículos que abarcaban todas las temáticas, se experimentó esta situación. Según la lógica y las prácticas habituales, se esperaría que el gobierno hiper minoritario buscara seducir y persuadir a otros bloques para obtener mayorías circunstanciales ad hoc que le permitieran aprobar su agenda legislativa. Sin embargo, la realidad fue muy diferente. Mientras que algunos funcionarios del Ministerio del Interior encargado de las vinculaciones políticas, junto con Santiago Caputo, el asesor estratega estrella, intentaron desempeñar ese papel, los congresistas no recibieron otra cosa que insultos y críticas tanto en las redes sociales como en la televisión por parte del presidente y su círculo cercano. En otros términos, su situación de debilidad no derivó en un oficialismo buscando asistencia sino escalando el conflicto y denostando a otros actores de los que precisaba. El presidente logra así interpelar a todos los políticos y analistas a pensar fuera de la caja acerca de cómo se concibe a la política.
¿Cómo es posible que con apenas 3 intendentes, menos de 50 parlamentarios y ni un solo gobernador, el presidente no titubee en redoblar todas y cada una de las apuestas tanto en materia retórica como económica y política? Su debilidad no lo hace recular sino intensificar la disputa. Originalmente se debería considerar que un ajuste fiscal de corte ortodoxo para sanear las cuentas públicas sería imposible de llevar adelante sin un contingente legislativo de donde hacer pivot ni un conjunto de gobernadores que brinden apoyo a la Casa Rosada pero en La Libertad Avanza se enfrentan a todos los gobernadores sin temor alguno a que la confrontación funcione como esquema de incentivos a unificarlos contra el oficialismo. Pensando precisamente fuera de la caja termina por alimentar su retórica anti casta y triunfando aún en la derrota.
En dicha retórica y el foco que hace el presidente se nos permite observar que se trata de un caso muy diferente al de otros presidentes populistas de derecha como Trump, Bukele o Bolsonaro. Si bien estos representaron profundos terremotos en sus respectivos países hay matices sustanciales que distinguen el caso rioplatense.
En primer lugar, mientras Bolsonaro había sido parte de la escena política del Brasil por décadas en la cámara baja, Milei incurrió por primera vez en política en las elecciones legislativas del 2021. Anteriormente solo era conocido por su desfile en diversos programas de televisión como panelista. Tampoco cuenta con un sector sustantivo de base tales como la iglesia evangelista o los militares quienes le proporcionaron un apoyo y una base estratégica al dirigente carioca.
En segundo lugar, y en ese mismo sentido, a diferencia de Trump que supo asaltar una poderosa estructura política como la del Partido Republicano estadounidense y sobre ella construir su candidatura, el argentino apenas se limitó a buscar pequeños partidos –casi insignificantes en términos electorales– por su mera utilización en tanto vehículos legales para cumplimentar los requisitos mínimos e indispensables que la justicia demandaba para poder presentarse en elecciones. Ello le permitió evitar recurrir a las negociaciones y concesiones con líderes de partidos convencionales que tanto desagrado le producían.
Y en tercer lugar, muy distinto es el caso de Nayib Bukele que persigue, además de un programa, explícitamente la reelección y su mantenimiento en el poder. En múltiples ocasiones, Javier Milei ha explicitado que no pretende tener más de un mandato y tampoco muestra señales ni acciones de un político cuyo interés principal radique en el poder. Un rara avis en un Presidente.
La prioridad absoluta suya se centra y circunscribe en su mandato político de reducir la inflación, dejando de lado todo lo demás. Para él, si eso significa adoptar una serie de medidas drásticas e impopulares con un elevado costo social que así sea. A diferencia de la clase política convencional, cuyo enfoque principal es la construcción y el mantenimiento del poder en sí mismo, el enfoque del libertario se limita únicamente al equilibrio fiscal y la estabilidad económica. Esta perspectiva le otorga un horizonte temporal distinto al de sus oponentes, lo que le permite tomar decisiones altamente antipáticas que sus predecesores evitaban debido al costo político que conlleva, tanto en las próximas elecciones como en la consolidación de su poder. Curiosamente, al adoptar medidas extremadamente ortodoxas, el presidente se encuentra en una posición donde puede fortalecer aún más su posición política si en efecto logra reducir la inflación.
Un ejemplo evidente se encuentra también en la Ley de Bases, también conocida como la Ley Ómnibus donde se concentraba el quid de sus reformas. El gobierno de La Libertad Avanza es esencialmente una coalición de partidos secundarios. Incluye al Partido Demócrata, la UCeDé, UNIR y al Partido Liberal, entre otros, que anteriormente eran poco más que instrumentos legales para participar en elecciones sin una verdadera posibilidad de llegar al gobierno. Por eso, en la jerga, al no tratarse de partidos grandes y tradicionales, se los denominaban “sellos de boma”. A pesar de ello, lograron obtener el 30% de los votos en las elecciones generales, con un triunfo significativo en las áreas rurales del país y más alejadas de Buenos Aires. Luego, en la segunda vuelta arrasaron con un 56% de los votos. A pesar de esto, promovieron en lo que la mencionada Ley una reforma política que apunta hacia un sistema uninominal, lo que debilita a los partidos más pequeños y concentra la representación política en el conurbano, el área metropolitana de Buenos Aires, un bastión del peronismo. El proyecto quedó trunco pero un presidente que persigue mantenerse en el poder no impulsaría jamás tal reforma. No obstante, este sí lo hace. Su incentivo es otro y su obsesión es la economía, no las elecciones. Por ello, es capaz de realizar sacrificios en materia económica (frenar los pagos a comedores, licuar gasto social como el de los sueldos estatales y jubilaciones o detener la obra pública) que ningún otro se hubiese atrevido.
“(…)Todo va bien mientras estemos a gusto, trabajamos seguros, con una bonita familia, una casa de campo, vacaciones a la orilla del mar, una buena jubilación a la vista. Somos prudentes a la hora de elegir, no queremos correr riesgos. Elegimos lo que conocemos. Pero supongamos que las cosas empiezan a torcerse. La situación cambia, el tipo pierde su trabajo, pierde su casa, no ve claro su futuro. ¿Qué hace en ese momento? ¿Opta por la prudencia? En absoluto: ¡empieza a apostar como un loco! Prefiere el riesgo desconocido antes que mantener su situación actual. Es entonces cuando todo da un vuelco: el caos se vuelve más atractivo que el orden, al menos ofrece la posibilidad de algo nuevo (…) Un giro inesperado…(…)” . Ello explica Giuliano da Empoli acerca de cómo a veces las sociedades finalmente terminan optando electoralmente por un distinto, por algo intrépido y temerario que puede significar un salto al vacío hacia la perdición pero también una solución.
La viabilidad de su éxito reside pura y exclusivamente en la efectividad de reducir la inflación, en la tolerancia de los argentinos con el modus operandi del libertario y el músculo político que adquiera en los próximos meses. Ahí sí se verá si se prefiere la prudencia con lo conocido o la motosierra, el peinado alocado y los gritos desaforados.