Sociedad, partidos y elecciones ¿cómo reconstruir la representación política? – Héctor Briceño

Sociedad, partidos y elecciones ¿cómo reconstruir la representación política? – Héctor Briceño

Sociedad, partidos y elecciones ¿cómo reconstruir la representación política?

     Héctor Briceño

La democracia actual enfrenta una compleja paradoja. La política democrática es inimaginable sin partidos políticos. Allí donde no existen los partidos políticos o estos son muy débiles, la democracia no funciona bien¹. Simultáneamente los partidos son las instituciones políticas más cuestionadas del mundo. A ellos se le atribuyen la mayoría (cuando no todos) los problemas que enfrentan las democracias. Corrupción, injusticia, abuso de poder, desigualdad, pobreza, atraso, subdesarrollo, miseria. No ha de sorprendernos, por tanto, que la mayoría de los ciudadanos sientan gran desconfianza hacia ellos.

 

Así lo confirman los resultados de la Encuesta Mundial de Valores², un estudio realizado periódicamente desde el año 1981 con una cobertura actual cercana al 90% de la población mundial, distribuidos en 79 países, ilustrados en el gráfico 1. Según los datos la proporción de entrevistados que desconfía de los partidos en el mundo no solo es mayor que la que confían en ellos, sino que con el paso del tiempo la desconfianza tiende a profundizarse. Así, mientras que a inicios de la década de los noventa, la mitad (53%) de los entrevistados manifestaban sus reservas respecto a los partidos, treinta años después, a inicios de la segunda década del siglo XXI, la desconfianza alcanza las tres cuartas partes (75%).

En la vida política, sin embargo, no existen vacíos. Las funciones sociales deben ser desempeñadas, y cuando una institución pierde legitimidad, otra asume su lugar. Encontramos así que en todas partes se realizan grandes esfuerzos por encontrar los sustitutos de los partidos, mientras Think Tanks intentan descifrar las claves de una democracia sin partidos³. Los medios de comunicación los asedian, denunciando los oscuros móviles e intereses detrás de sus decisiones.

A la caza también acechan movimientos sociales, empresarios, organizaciones sociales y un largo etcétera, a la espera de la oportunidad para demostrar su idoneidad como sustitutos. Los líderes antipartidos están hoy en todas partes, y se presentan a sí mismos como la alternativa para acabar con los males que sufren las democracias. Sus discursos, a pesar de la diferencia situaciones, contextos e incluso países en los que se presentan, es siempre sospechosamente parecido: sustituir a los partidos y élites políticas, para permitir que el pueblo, junto a sus verdaderos y legítimos líderes, gobiernen para el beneficio de la gente.

 

En Venezuela este discurso es muy familiar. El liderazgo que gobierna el país desde 1999 construyó su proyecto sobre la promesa de eliminar los partidos políticos y con ellos, todos los males de la democracia: “Si esos partidos están completamente podridos, pues, desaparecerán, por acción necesaria de reordenamiento del sistema político” anunciaba Hugo Chávez en una entrevista meses antes de ganar las elecciones presidenciales en 1998⁴.

En efecto, durante los primeros años del chavismo el centro de la acción política de gobierno giró en torno a una gran cantidad de organizaciones sociales de distinta índole: movimientos sociales, cooperativas, círculos políticos, comités comunitarios, consejos comunales, entre muchos otros, mientras la acción política opositora no fue muy distinta. Medios de comunicación, militares, empresarios, trabajadores, organizaciones sociales e incluso la Iglesia Católica desplazaron a los deslegitimados partidos opositores en el conflicto político contra el gobierno.

No obstante, en 2006, el chavismo decidió invertir su discurso y organizar toda su acción política, a partir de entonces, en torno a un nuevo partido político. “Voy a crear un partido nuevo. Los partidos [aliados] que [no] quieran [unirse], manténganse (…) [pero] claro saldrían del Gobierno (…) Conmigo quiero que gobierne un partido”, así anunció el presidente Hugo Chávez la formación del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), organización política imposible de diferenciar del propio Estado.

El giro discursivo, no obstante, no pudo revertir su propia obra cristalizada institucionalmente en la Constitución de 1999, que había eliminado el término partidos políticos para sustituirlo por el vago concepto de organizaciones con fines políticos, al tiempo que prohibió taxativamente el financiamiento público de las actividades política y campañas electorales. Tampoco logró revertir la desconfianza hacia los partidos políticos venezolanos, la cual luego de un período de aumento y gran volatilidad, permanece tras 20 años en el mismo rango que en 1998, tal como se observa en el gráfico 2.

En los años graficados, la confianza hacia los partidos experimentó una etapa de aumento asociada a los ciclos electorales (los puntos más altos corresponden de hecho a procesos electorales presidenciales, referendos y parlamentarios). Sin embargo, tras la progresiva pérdida de la confianza en las elecciones como mecanismo de cambio político, la confianza en los partidos políticos se retorna a su nivel más bajo en 2018, sugiriendo que la valoración de los partidos está íntimamente asociada a las elecciones. Los partidos políticos venezolanos son valorados socialmente en función de la competencia por el poder político a través de elecciones.

Las funciones de los partidos políticos en democracia

El rol electoral es el carácter distintivo y originario de los partidos políticos. En él se concreta la función representativa que hace posible la democracia moderna. Sin embargo, para que la representación pueda llevarse a cabo efectivamente, los partidos deben desempeñar un conjunto más amplio de funciones:

  1. Identificar, agregar y canalizar demandas,
  2. Diseñar y promover políticas públicas,
  3. Reclutar y nominar candidatos,
  4. Movilizar apoyos y estimular la participación del electorado,
  5. Crear gobiernos,
  6. Orientar la opinión pública, e,
  7. Integrar a la ciudadanía al sistema político y en última instancia al Estado-Nación⁵.

En la actualidad los partidos no son las únicas instituciones que desempeñan esos roles. Movimientos sociales, grupos de electores, medios de comunicación, universidades, organizaciones de la sociedad civil, gremios, entre muchos otros, desempeñan, con diversos grados de efectividad, varias de las funciones tradicionales de los partidos. Por ello, no es exagerado señalar que la representación no es exclusiva responsabilidad de los partidos, sino de todos aquellos actores que ejercen funciones políticas. Las universidades, por ejemplo, juegan un rol fundamental en la formación de líderes, mientras que los medios de comunicación son centrales en la formación de la opinión pública, y las organizaciones de la sociedad civil, los sindicatos y los gremios en la identificación y agregación de demandas.

Ello implica que para que la representación política, y en fin la democracia representativa funcione correctamente, debe haber un equilibrio de fuerzas (simetría) los actores sociales. Los partidos políticos requieren una sociedad civil fuerte que facilite la función representativa participando en el proceso de identificación y agregación de demandas, al tiempo que se desempeñan como instancias de control social y contrapeso de los partidos.

Los partidos políticos, como toda organización social, tienden a expandir su poder hacia otros sectores de la sociedad. Si la sociedad civil no es lo suficientemente fuerte para resistirlos, los partidos corren el riesgo de conquistarla e imponerle sus propias dinámicas, produciendo una redundancia clientelar corrosiva, que destruye tanto a la sociedad civil como a los partidos. Por ello, para que los partidos sean exitosos y puedan ejercer efectivamente su rol de representación, dependen de una sociedad civil sólida, independiente y autónoma.

En este sentido, lo que se ha denominado partidocracia, un sistema en el que el poder de los partidos se expande más allá de sus fronteras naturales hasta dominar la vida social obstaculizando el funcionamiento de la democracia⁶, es, desde este punto de vista, tanto una manifestación del poder expansivo de los partidos como de debilidad de la sociedad civil.

Los partidos deben representar y canalizar demandas sociales y para esto están obligados a construir puentes con otras organizaciones que les permitan identificar y sistematizar los intereses en propuestas de políticas públicas. Mientras más sólida la sociedad civil y sus organizaciones más fácilmente pueden identificarse las necesidades, ser procesadas y transformadas en políticas públicas. La representación, en resumen, se entorpece cuando la relación entre representantes y representados es desproporcionadamente asimétrica o desigual. No obstante, aun cuando la relación entre ambos sea simétrica, el proceso de representación política es complejo. La simetría es condición necesaria pero no suficiente, para la representación democrática.

La característica distintiva de la sociedad moderna, incluida la sociedad venezolana, es la creciente diversificación de identidades que complejiza el proceso de representación política y más aun, la integración social⁷. Sin embargo, los partidos políticos son organizaciones diseñadas en la sociedad del siglo XIX con el fin de representar clivajes sociales, económicos y religiosos⁸ que hoy pareciesen no tener vigencia ¿Cómo conciliar tal magnitud de identidades e intereses en una misma organización política? ¿Cómo priorizar las demandas? El proceso de representación está en crisis, porque lo que hay que representar (la sociedad) es cada vez más complejo y diverso, y las instituciones encargadas de representar (los partidos políticos) no han logrado adaptar sus estructuras de funcionamiento al nivel de complejidad social actual.

La principal respuesta a este proceso ha sido la diversificación de la oferta política. Parece ser una tendencia global que las modernas sociedades plurales demandan diversidad de partidos políticos. Ello ha producido que, luego de un largo período de relativa estabilidad en los sistemas de partidos, el número de partidos políticos ha aumentado al menos desde comienzos de los 90 en todas partes del mundo (ver gráfico 3, número efectivo de partidos electorales), modificando la dinámica de funcionamiento de sistemas de partidos, complejizando los procesos de toma de decisiones y formación de políticas públicas.

Sin embargo, la ampliación de la oferta política por sí misma no ha resuelto los problemas de representación. Sirvan los datos electorales venezolanos para ilustrarlo. En las elecciones parlamentarias del año 2010, 256 organizaciones políticas presentaron candidatos (en su mayoría agrupados en las dos grandes alianzas de gobierno –Polo Patriótico– y oposición –Mesa de la Unidad Democrática– aunque solo 11 de ellas recibieron una votación igual o mayor al 1% de los votos.

Una oferta política electoral demasiado amplia lejos de mejorar la representación, tiende a empeorarla, confundiendo a la población en el mejor de los casos, atomizándola en el peor y fortaleciendo a las minorías más grandes. No pareciese entonces que la respuesta es solo más partidos, sino más bien partidos más parecidos a la sociedad.

Imagen 3

Por otro lado, no debe olvidarse que todo proceso de representación está mediado por la institucionalidad política, en especial, por las leyes que regulan los partidos políticos y los procesos electorales, en las cuales se bosqueja la relación entre los contradictorios principios de representación, fragmentación social y gobernabilidad⁹. Las fórmulas electorales definen los ganadores y perdedores de las contiendas electorales, así como cuántos partidos pueden competir por el poder, en qué circuitos y a través de cuáles herramientas. La institucionalidad política también define el tamaño de los parlamentos y demás cuerpos colegiados, así como las mayorías necesarias para la toma de decisiones. En resumen, debe diferenciarse entre modelos institucionales democráticos que estimulan la gobernabilidad de aquellos que estimulan una mayor representación¹⁰.

En Venezuela el modelo institucional democrático instaurado en 1958, caracterizado por privilegiar la conciliación entre élites¹¹, y en segundo lugar la satisfacción de las demandas populares, fue sustituido progresivamente desde la llegada del chavismo en 1999 por un régimen autoritario hegemónico, caracterizado por estimular la polarización y la confrontación como mecanismo para la imposición de decisiones políticas, en el que las únicas demandas reconocidas (y por tanto representadas) son las del bloque de poder y sus anillos económicos aliados.

El sistema de polarización, sin embargo, no se ha limitado al ámbito político, sino que ha sido expandido deliberadamente hacia todos los espacios de la sociedad con el objeto de impedir la construcción de cualquier consenso social que evidencie la posibilidad de una forma alternativa de solidaridad social que pueda minar la legitimidad del modelo de dominación chavista.

En este sentido, el sistema político chavista es un modelo institucional diseñado con el objetivo explícito de demoler el sistema de representación, sus actores principales (los partidos políticos) así como la misma sociedad democrática que lo sustenta, por ello, reconstruir el sistema de representación democrática en Venezuela enfrenta como reto principal la construcción de espacios sociales e institucionales incluyentes y representativos que demuestren la posibilidad de mecanismos alternativos de toma de decisiones, basados en la construcción de consensos y en valores democráticos.

Partidos y elecciones

La principal forma de relación entre partidos políticos y la sociedad venezolana desde 1998, ha sido el vinculo electoral.

El chavismo aprovechó desde su llegada al poder la popularidad de Hugo Chávez para cimentar, a través de elecciones, las bases del nuevo sistema político, generando para ello un ciclo electoral intenso. Durante el período comprendido entre 1998 y 2015 se realizaron en Venezuela 5 elecciones presidenciales, 5 parlamentarias, 5 referendos y la elección de una constituyente. Adicionalmente se realizaron 4 elecciones regionales y 4 municipales. Por ello no es exagerado afirmar que la lucha política en Venezuela se dirimió, durante esta fase del chavismo, en las urnas y que los partidos políticos se encontraron constantemente obligados a priorizar el vínculo electoral por encima de cualquier otra forma de relación con la sociedad.

Sin embargo, el mayoritario apoyo electoral que recibió el chavismo en las urnas al menos hasta 2012, nunca fue suficiente para imponer por sí solo, la hegemonía política a la que aspiraba el proyecto chavista, por lo que debió manipular constantemente la institucionalidad electoral para maximizar el beneficio de sus apoyos, perfeccionando “el paradójico arte de destruir la democracia a punta de elecciones”¹², convirtiendo las elecciones en el principal mecanismo de legitimación nacional e internacional del nuevo régimen.

La aplastante victoria del chavismo durante la elección de los miembros de la Asamblea Nacional Constituyente de 1999 demostró muy tempranamente la magnitud de este desafío. En esa oportunidad el chavismo obtuvo, con el 66% de los votos, el 95% de los escaños, gracias al diseño normativo orientado a sacar el máximo provecho del electorado chavista, al imponer un doble sistema electoral mayoritario (de circunscripciones regionales plurinominales y una circunscripción nacional de listas abiertas) ajeno a la tradición y experiencia democrática venezolana. A ello debemos agregar también la estrategia de distribución de votos (conocida como quiniela) implementada por partido de Hugo Chávez, el Movimiento Quinta República (MVR) y la gran disciplina mostrada por sus seguidores, que acataron el llamado de la dirigencia, mostrando un patrón de confianza entre los partidos chavistas y opositores y sus respectivos simpatizantes muy distinto.

La estrategia electoral chavista obligó a los partidos opositores a privilegiar el vínculo electoral con la sociedad sobre cualquier otro, y la coordinación electoral entre partidos sobre cualquier otra forma de relación política. Así, las alianzas políticas opositoras más relevantes de los 20 años de chavismo han sido fundamentalmente espacios de coordinación electoral. La más importante de ellas, la Mesa de la Unidad Democrática (2008-2018), fue una exitosa alianza que logró invertir los roles electorales del chavismo y la oposición en tan solo 10 años, hasta convertir a los partidos políticos opositores en mayoría absoluta en las elecciones parlamentarias de 2015, a pesar del ventajismo y manipulación electoral oficial.

La estructura organizativa de la MUD, sin embargo, se construyó sobre la base del desempeño electoral de los partidos integrantes, lo que resultaba en una tautológica tensión interna que estimulaba una continua lucha por la hegemonía dentro del bloque, lucha que se libraba con (y por) los recursos disponibles de la plataforma, reduciendo la acción de los partidos a una doble competencia: hegemonía interna y sobrevivencia externa.

El ciclo electoral de 1998-2015 potenció también la polarización política, al reducir progresivamente el espectro político a la dicotomía antagónica chavismo-oposición, consolidada sobre el eje de lucha “mantener el poder” (chavismo) versus “sacar al gobierno” (oposición), reduciendo también la representación política a la exclusiva representación de la propia polarización, subordinando cualquier demanda social a su propia lógica. En el caso opositor la representación de la polarización se transformó en la representación de la demanda de cambio de gobierno, objetivo frente al cual cualquier otra demanda se encontraba supeditada. Más aún, algunas demandas sociales llegaron a ser percibidas como contrapuestas o como obstáculos para el cambio de gobierno, por lo que su reconocimiento, inclusión y representación fue sistemáticamente negado.

La sociedad, por su parte, comprendió perfectamente esta dinámica, adaptando sus identidades a ella, reduciendo también sus propias demandas a la aspiración del cambio político. Quienes se acercaron a los partidos opositores buscaron en ellos fundamentalmente representación en la lucha por el poder político. Sectores sociales que, por diversas razones, estaban dispuestos o tenían la posibilidad de postergar sus demandas económicas y sociales¹³, hasta la consecución de la meta política.

La enorme volatilidad del apoyo dentro del bloque opositor expresa precisamente el rol que ocupaba la demanda de representación del cambio político entre los simpatizantes opositores. Entre 1998 y 2013, cada partido que ejerció el liderazgo electoral fue visualizado como el representante principal de la demanda de cambio, por lo que tendió a concentrar la mayoría del apoyo electoral dentro del bloque. En 1998 el partido Proyecto Venezuela (PRVZLA) del candidato presidencial Enrique Salas Römer, obtuvo el 72% de los votos de la principal alianza opositora¹⁴. En las presidenciales del año 2000 los principales partidos políticos opositores decidieron no presentar candidato, recayendo la responsabilidad sobre el polémico militar Francisco Arias Cárdenas, un compañero de armas de Hugo Chávez durante el golpe de 1992, que se desempeñaba como gobernador del Estado Zulia, cargo que había ganado con los votos del Movimiento V República (MVR), la plataforma liderada por Hugo Chávez. Su candidatura fue respaldada por un conjunto de partidos opositores pequeños, el más importante ellos La Causa R (LCR), que concentró el 51% de los votos de la circunstancial alianza.

En 2006 el turno correspondió al partido Un nuevo Tiempo (UNT) del candidato presidencial Manuel Rosales, convirtiéndose en el principal partido opositor al obtener 36% de todos los votos de la alianza opositora. En las presidenciales 2012 el candidato Henrique Capriles Radonski miembro del partido Primero Justicia tomaron el liderazgo de la coalición al concentrar el 28% del total de la alianza. En el año 2013 la coalición opositora participaría en conjunto bajo la identidad exclusiva de la Mesa de la Unidad Democrática, para concentrar el 100% de los votos de la alianza. En resumen, la gran volatilidad de los apoyos internos en la alianza opositora expresa la representación de la aspiración de cambio político; una demanda que no ha sido propiedad exclusiva de partido alguno, sino de la alianza de partidos, administrada temporalmente por el liderazgo de turno dentro de la coalición.

Por su parte, aquellos sectores sociales que no se identificaban con la extrema polarización política quedaron sistemáticamente excluidos del sistema de representación. Sectores definidos como no alineados, ni ni, independientes, entre muchas otras categorías que describen a los grupos no polarizados, han mostrado siempre un interés igual o mayor hacia temas distintos al eje de la polarización chavista-opositor: mantener el poder (chavismo) vs. sacar al gobierno (oposición).

Los espacios de coordinación electoral opositora, definidos a partir de la polarización, se encontraron siempre incapacitados para representar demandas de externas a la dinámica de la polarización. La diversidad ideológica de partidos opositores que convivieron en las filas opositoras hizo imposible consensuar proyectos políticos más allá del rescate de la democracia. Discusiones sobre distintos modelos de sociedad, modelos de desarrollo, políticas públicas, alianzas internacionales, por ejemplo, fueron constantemente pospuestas para priorizar la lucha por la democracia, convirtiendo a este denominador común de la alianza (la lucha por el rescate de la democracia) en la única expresión posible, no solo de la alianza sino de todo partido opositor, obstaculizando la expresión de las identidades políticas de cada partido, desconociendo demandas sociales que pudiesen poner en peligro los consensos internos.

Imagen 5 y 6

El cuadro 1 muestra un acercamiento a esta faceta de la representación política de la polarización a partir del análisis de la ideología de partidos y electores. A partir del estudio Barómetro de las Américas (LAPOP) realizado por la Universidad de Vanderbilt  comparamos los resultados de la autoubicación en la escala izquierda derecha en contraposición con la posición que los entrevistados asignaron al Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) en la misma escala, segmentado según la intención de voto: chavistas, opositores y no alineados.

El análisis de las medidas de distribución de las diferencias entre ambas ubicaciones muestra que, en efecto, tanto votantes del PSUV como votantes de la MUD presentan medidas de distribución relativamente similares a las de los partidos, es decir, que la ideología asignada por los entrevistados a los partidos por los que cada grupo vota es muy similar a la propia ideología, cumpliéndose así el supuesto de representación ideológica por cercanía.

El grupo no alineado, sin embargo, exhibe medidas muy distintas a las asignadas al PSUV, pero similares a las asignadas a la MUD, con un promedio (media) incluso menor al de los propios votantes de la MUD, lo que evidencia que, aunque la MUD podía representarlos por cercanía ideológica, no logró satisfacer sus expectativas fuera del espectro de la polarización política.

Representación y desesperanza. Algunas conclusiones.

La dinámica del conflicto político venezolano escaló a un nivel aún más alto a partir de la victoria opositora en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015, transformando radicalmente la relación entre partidos y elecciones.

La pérdida de la competitividad electoral del chavismo plasmada ese año en una votación 56% a 41% favorable a la oposición, mostró al gobierno liderado desde 2013 por Nicolás Maduro, que el ventajismo y la manipulación electoral habían dejado de ser suficientes para mantener el poder, por lo que decidió socavar aún más las condiciones políticas y electorales, modificando drástica e inconstitucionalmente las reglas electorales, ilegalizando a los principales partidos opositores, persiguiendo, encarcelando e incluso torturando a líderes de partidos. Sin embargo, el chavismo no dejó de realizar elecciones a pesar de las nuevas condiciones y del creciente rechazo popular, prueba del importante rol que éstas representan en el mantenimiento de la legitimidad frente a sus propios aliados, tanto internos como externos. Así, entre 2017 y 2020 se realizaron 4 procesos electorales, a saber, Asamblea Nacional Constituyente 2017, elecciones regionales 2017, elecciones presidenciales 2018 y elecciones parlamentarias 2020.

Consecuencia del deterioro de las condiciones políticas, electores y partidos políticos opositores perdieron progresivamente la confianza en el voto como mecanismo de cambio político, negándose a participar en casi todas ellas, salvo en las regionales 2017. Esta posición, sin embargo, tuvo como principal consecuencia la ruptura de su vínculo tradicional entre sociedad y partidos, generando un nuevo problema: en ausencia de elecciones competitivas ¿cómo se vincularían partidos y sociedad? y más importante aún, ¿cuáles son las funciones los partidos políticos en un sistema político no democrático? y ¿qué deben hacer los partidos políticos

En primer lugar, los partidos están obligados a reconectarse con las demandas de la amplia y diversa sociedad venezolana, muy especialmente con todas aquellas que han sido durante el largo período del chavismo pospuestas. Demandas sociales, ecológicas, económicas, de desarrollo, justicia, igualdad, seguridad, inclusión, reconocimiento. Sin embargo, esta reconexión con la sociedad no debe darse desde una perspectiva populista de igualación y disolución de todas las demandas en una espesa, abstracta y homogeneizadora idea de “pueblo”, sino desde una perspectiva democrática amplia que rescate el valor de una sociedad plural, igual en derechos, pero diversa en identidades.

Los partidos también están obligados a hacer efectiva la representación política, canalizando y transformando las demandas sociales en propuestas concretas de políticas públicas y proyectos de leyes que estimulen en la opinión pública y en la ciudadanía en general, un debate en torno a políticas públicas concretas atadas siempre al proyecto político democrático.

Los regímenes autoritarios se caracterizan por la exclusión de las demandas y preferencias de las grandes mayorías en privilegio de las élites económicas, militares y políticas aliadas. La democracia, en contraposición, se caracteriza por reconocer todas las demandas en condición de igualdad. Por ello la representación política es un fenómeno que solo se hace efectivo en un sistema político democrático. En la Venezuela actual, sin embargo, no puede subordinarse la representación política al cambio de sistema. Al contrario, la representación política de las diversas identidades sociales son un requisito para el cambio político.

Por último, los partidos políticos están obligados a rescatar las elecciones como mecanismo de lucha para la reconquista de la democracia. Los datos presentados en este trabajo muestran claramente que la relación entre partidos y sociedad se fortalece a través de los procesos electorales. No es casual. Durante elecciones los partidos se acercan más a los ciudadanos para dialogar, para escucharlos y hacerles llegar sus propuestas. Construyen mensajes para resaltar las capacidades tanto de sus programas y proyectos, como de sus líderes. Cuando los partidos son democráticos dirigen mensaje no solo a sus seguidores, sino también a sus adversarios, intentando convencerlos o en su defecto, la posibilidad de coexistir, promoviendo redes de cooperación y estimulando la solidaridad social. Reestablecer la vía electoral como mecanismo de lucha por el cambio político genera bases sociales sólidas y profundas para la posterior construcción de un sistema democrático más sólido.

En ausencia de elecciones, al contrario, la desconfianza y la desesperanza crecen. Los partidos se alejan y la sociedad se vuelca a la búsqueda de nuevos actores, más idóneos para representarlos en otros espacios políticos.

1 Scott Mainwaring, Scott (ed.) Party System Institutionalization, Decay, and Collapse (Cambridge: Cambridge University press).
2  Ver: https://www.worldvaluessurvey.org/wvs.jsp

3 Ver: https://horizontal.mx/bienvenidos-la-era-de-los-post-partidos-politicos/; https://foreignpolicy.com/2019/04/19/politics-without-parties-citizens-initiatives-tax-havens-abortion-corruption-spain-mortgage-civil-society/; https://www.washingtonpost.com/opinions/global-opinions/is-this-the-end-of-political-parties/2019/02/22/39b46568-36aa-11e9-854a-7a14d7fec96a_story.html.

4 http://www.todochavez.gob.ve/todochavez/2339-programa-especial-conversatorio-del-comandante-presidente-hugo-chavez-con-periodistas, consultado el 29.01.2021.

5 Larry Diamond y R Gunther, Political Parties and Democracy, (January 1, 2001), 1–391.

6 Michael Coppedge, “Partidocracia y reforma en una perspectiva comparada”, en Andrés Serbín y otros (eds). Venezuela: la democracia bajo presión (Caracas, Invesp-North-South Center, Universidad de Miami -Editorial Nueva Sociedad, 1993), 142.

7 En efecto, una de las amenazas más importantes que enfrentan las democracias en la actualidad es el debilitamiento de la idea comunidad política como consecuencia de la progresiva fragmentación, hasta el punto de que muchos ciudadanos no se reconocen mutuamente como miembros del mismo país.

8 Seymour Lipset y Stein Rokkan (eds) Party system and voter alignments (New York: Free Press, 1967).

9 Nohlen, Dieter (2007) Sistemas electorales Presidenciales y Parlamentarios, pp. 294-333, en: Nohlen, Dieter; Zovatto, Daniel; Orozco, Jesús y Thompson, José (Compiladores), Tratado de Derecho Electoral comparado de América Latina, IDEA/Fondo de Cultura Económica, México.

10 Arend Lijphart, Modelos de democracia. Formas de gobierno y resultados en treinta y seis países (Barcelona: Editorial Ariel, 2000).

11 Juan Carlos Rey, “La democracia venezolana y la crisis del sistema populista de conciliación”, en Revista de Estudios Políticos, no 74 (1991): 533-578.

12 Moisés Naím y Francisco Toro, “Venezuela: los progresistas del mundo no pueden seguir callados”, en El país (España). Disponible en: https://elpais.com/internacional/2016/07/09/actualidad/1468099480_304349.html, consultado el 09.02.2021.

13Una decisión que implicaba tanto una cultura política como ciertas condiciones sociales.

14 Compuesta por 4 partidos, Proyecto Venezuela, Acción Democrática, COPEI y Por Querer a la Ciudad.

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