Sin espacio para lo público – Naky Soto

Sin espacio para lo público – Naky Soto

Sin espacio para lo público

     Naky Soto

Una de las consecuencias del autoritarismo gobernante tras 22 años en el poder, es haber logrado la fragmentación de las fuerzas democráticas. Se ha atacado el espacio público hasta casi borrarlo para la ciudadanía y la política: hoy la calle es más peligrosa. Las manifestaciones son castigadas por los cuerpos de seguridad del Estado, que atacan con más ferocidad e impunidad garantizada. El ejercicio de la disidencia se castiga con violencia, presidio o exilio. Los presos políticos sufren desapariciones, tratos crueles, torturas y hasta la muerte. Sus familiares también. Pero los ciudadanos sufren otro ataque: la imposición de la pobreza para el control social, que limita el espectro de sus preocupaciones. Entre pensar en la libertad o cómo rendir el agua que no va a llegar en las próximas semanas, no hay mucha oportunidad para la ilustración en un país devastado. 

La oposición política ha logrado ser exitosa en el plano electoral con alianzas, parciales y breves. Pero luego su convergencia para la cotidianidad y lo público no institucional, ha resultado mucho más compleja. Los incentivos de fractura del chavismo para quien los apoye, resultan más eficientes que la garantía de persecución o presidio. La atomización pues, no es una decisión sino la consecuencia de un objetivo fundamental para la permanencia del chavismo en el poder: acabar con toda voz democrática, por la vía del descrédito, el castigo o el destierro.
El reto de reunir a las fuerzas dispersas en el espacio público en 2021, demanda para un grupo el incentivo de lo electoral, mientras para otros la posibilidad de prospectiva cuando todo en el país denuncia que es imposible.  Sin embargo, el compromiso de trascender los incentivos regulares demanda más y mejor modernidad: ¿Qué homologa a las voluntades democráticas? ¿Dónde reunirlas cuando lo público está negado? ¿Es posible hacerlo en un país sin Estado de Derecho y sin justicia?

La venganza, la única promesa cumplida

La arbitrariedad ha sido la norma del chavismo. Durante 22 años han obrado por encima y al margen de la ley. Los recursos públicos han sido usados con absoluta opacidad e impunidad, independientemente de las dimensiones de los montos extraviados. Nicolás Maduro es la síntesis de todas las limitaciones y desviaciones del chavismo gobernante, sin algunas características de Hugo Chávez, pero con su egolatría y sus recetas. La falta de consecuencias sobre sus peores decisiones, multiplicó su retórica irresponsable y sus planes para hundir aún más a esta nación, en esa suerte de voluntarismo primario e irresponsable. El valor de ser el obrero que nunca fue. En todo caso, su fracaso en el ejercicio del gobierno es innegable: al elegir cualquier esfera de la gestión pública, se encontrará un desastre. 

A su alrededor hallará a un colectivo alienado por el poder y la riqueza, los enchufados, también unos militares que han servido al gobierno para servirse a sí mismos, y a unos ciudadanos que, invitados a evadir toda responsabilidad sobre su circunstancia, entregaron su libertad a cambio del paternalismo del Estado y la venganza. Aún sin beneficiarse del reparto de la renta, el alivio discursivo reside en decir: “Yo no lo tengo, pero tú tampoco”.
Hugo Chávez encarnó un gran rechazo popular, pero su verdadera promesa, la que sí cumplió, fue la venganza contra sus antecesores, el aislamiento de todo el que no le apoyara. Su oferta reivindicó y exacerbó todo lo que no está bien: la pobreza, la rabia, el rencor, la polarización, la opacidad, el maltrato, un poder despótico y arbitrario, la negación de una sociedad democrática, la negación del bienestar, haciéndonos una sociedad mucho más inorgánica, precaria, con pocos incentivos para la verdadera cohesión. Esa involución política desbarató al Estado, bastante atrasado, y con él, todo el sistema político.

El rencor civil

Ese actor sin rostro construido para la metanarrativa del chavismo, que llamaban “el pueblo”, conserva parte de las características que le resultaron útiles en su momento: el rencor por lo que no se había logrado, la disociación entre su trabajo y la posibilidad de lograrlo, y el valor de la ira contra quien sí tuviera lo que él no. En las décadas de democracia del siglo XX, sus dirigentes no ayudaron a desmontar nuestro propio mito de El Dorado, que decía: existe una renta petrolera enorme que es de todos y si alguien no tiene lo que le corresponde es porque otro se lo robó. Para finalizar ese siglo, se supone que el líder carismático enderezaría esas cargas y el pueblo solo debía ser un espectador de la muerte del sistema que le impidió surgir, apoyaba sin preguntar cada decisión del líder, y tenía que usar la misma ferocidad para defender al chavismo y odiar a la oposición, es decir, odiar a la mitad de la sociedad venezolana. Fue un final horroroso para la sociedad que se gestó en 40 años de democracia. Luego, tras 22 años de deriva, el rencor cobró otras dimensiones porque los lesionados se multiplicaron, porque el chavismo robó y excluyó a muchas más personas en nombre de su franquicia. La pérdida de libertades, el imperio de la injusticia, la dispersión familiar por la migración masiva, la pobreza, la frustración electoral, la burla contra cada ejercicio de diálogo y negociación, la pérdida de liderazgos políticos y civiles, la depauperación de los servicios públicos, el castigo a la manifestación civil, la violación constante de los derechos humanos, y el imperio de la mentira como relato oficial… todo eso ha gestado a una sociedad muy lejana de la civilidad, una sociedad herida, rabiosa y reconcorosa, una sociedad que no se entiende con sus estamentos políticos porque asume que no han hecho su trabajo.

¿Cómo llegamos aquí los venezolanos?

Nos faltaron toneladas de capacidad de juicio político, esa necesaria combinación de sentido moral y justicia, pero además, toda la modernidad que impulsó la economía petrolera, no encontró asideros ni en las formas del Estado ni en las aspiraciones sociales. El manejo de la renta petrolera ayudó a que buena parte de los venezolanos disociara la relación entre productividad y progreso, entre progreso y desarrollo, entre desarrollo y libertad, entre libertad y democracia. La élite política de la democracia perdió conexión con las demandas de los más necesitados, el chavismo aprovechó esa terrible circunstancia y prometió reivindicarlas mientras relegaba a la condición de paria a los opositores, justamente por considerarlos personas con poco juicio político para ponderar el proyecto que venía. Nos faltó modernidad y nos sobró ‘bochinche’. Al mismo tiempo, el chavismo mutiló la autonomía individual de sus seguidores así como la capacidad de participación política de sus opositores. Se normalizó la exclusión del otro de la esfera política.

La democracia no se entendió como una forma de vida participativa, sino que se redujo al conjunto de instituciones que garantizaban la vida pública. Nos faltó más y mejor educación alrededor del concepto del bien común, de manera que los propios intereses, como pasó con los partidos de la democracia del siglo XX así como con el chavismo, no se convirtieran en incentivos más poderosos que lo que supone para sociedades modernas el logro del interés general, es decir: la multiplicación del bienestar como fuerza de cohesión.
Llegada pues la emergencia humanitaria compleja, la hiperinflación y la contracción económica del 90% de nuestro parque productivo, debería quedar más claro que la participación intensiva de la ciudadanía es necesaria, porque la mayoría de nuestras demandas y necesidades son tan básicas que no hay manera de que sean excluyentes: todos queremos agua, electricidad y gas doméstico; todos queremos libertad, derechos humanos y justicia. O casi todos.

Bloquear la vía electoral

En Venezuela los procesos electorales dejaron de ser confiables porque el chavismo lo decidió así. Han practicado todo tipo de arbitrariedades sobre la voluntad popular de la sociedad votante, burlando los resultados, castigando a los votantes con migraciones de centros electorales e incluso imponiendo autoridades paralelas que no fueron democráticamente electas. Este empeño actual por reempaquetar el valor del Consejo Nacional Electoral (CNE), con la ayuda de un sector de la oposición, no se basa en un cambio de perspectiva con respecto a lo público, sino en una necesidad imperativa de matizar sus desmanes con calcomanías de negociación y recuperación institucional. Una vez que el chavismo se enfrentó a los problemas de gobernabilidad y legitimidad, decidió hacer evidente que la vía electoral ya no es una posibilidad para cambiar de gobierno. De esa manera un gobierno tan nefasto como el de Nicolás Maduro ha durado más del lapso legal establecido, sin el apoyo de los ciudadanos, sin rendir cuentas, en medio de la mayor precariedad económica y social que hayamos conocido, y con sus nuevas élites ansiosas por exhibir lo que han obtenido.

La escasez de medios y sentido común

Perder medios de comunicación significó directamente perder espacios de encuentro y perder por completo la posibilidad de masificar el sentido común. Perder medios, a pesar de sus limitaciones y sus sesgos, fue perder la comunidad. Por eso la censura ha sido política pública en Venezuela. Se ha perseguido la crítica, la diversidad de opiniones, se ha descabezado a casi cualquier vocero o espacio mediático que tuviese mayor alcance y penetración que el mismo poder para sustituirlo por ruido, propaganda o el vacío del silencio. Porque la censura en el país no ha significado solo impedirle a otros ser libres y trabajar, sino que empezó con algo más rudo que se nos hizo invisible: la corrupción de los medios públicos.
El hecho de que los venezolanos hayamos naturalizado la corrupción de los medios estatales es asombrosa, porque significa que hemos olvidado y renunciado a la normalidad. No hay que darle mucha vuelta al argumento: usar dinero público para favorecer al partido de gobierno es corrupción. No es “línea editorial”, no se justifica por la conflictividad política ni mucho menos es la prevalencia mediática del PSUV por ser un partido mayoritario, como dicen sus cómplices, es en realidad el saqueo y el secuestro de recursos de todos para beneficiar el ejercicio tiránico del poder. Además, en Venezuela no fue que se tomó la plataforma de medios del Estado para convertirlas en aparato de propaganda, no es solo eso. Es que aumentó exponencialmente los recursos destinados a un complejo aparato de medios al que llegaron a llamar “hegemonía comunicacional”. Pasamos de tener un (1) canal estatal en televisión a tener más de una docena: VTV, Tves, ÁvilaTV, Telesur, Vive TV, Colombeia, ANTV, FANB TV, PDVSA TV, Alba TV, Corazón Llanero, 123 TV, TV ConCiencia. También se usaron capitales oscuros pro gobierno para comprar medios privados y que se mantuvieran así pero obedeciendo líneas editoriales libres de críticas. 

Sin alternativa

Lo poco que quedó en televisión abierta tuvo que cerrar espacios de opinión política para convertirse en canales de entretenimiento. En paralelo se crearon experiencias limitadas de medios comunitarios, pero por su obediencia partidista y poca autonomía presupuestaria llegaron a ser denominados “gobunitarios” por académicos de la comunicación como Raisa Urribarri. Eso es solo la propiedad de televisión, que es un espacio masivo. Resulta que pese a todo ese aparato estatal, además a los venezolanos se les han impuesto miles de horas de cadena de radio y TV. Las cadenas son complicadas de explicar en el exterior porque solo se dan en momentos de altísima emergencia nacional o en el saludo de navidad de un monarca. En Venezuela las cadenas, que son la imposición del discurso único del poder en todas las señales, se realizan cotidianamente, de forma discrecional, caprichosa y con mensajes que no le permiten a la ciudadanía estar mejor informada. Son espacios de propaganda gubernamental que no aguantan una auditoría.


Cuando los venezolanos intentaron refugiarse en medios internacionales para saber lo que ocurría en su propio país, también fueron censurados. Los servicios de televisión satelital y las cableoperadoras fueron obligadas, so pena de cierre y expropiación, a eliminar de su parrilla de canales a CNN en español, RCN y Canal Caracol de Colombia, incluso fue bloqueada Deutsche Welle, el canal estatal de Alemania, por emitir un documental incómodo sobre Venezuela. Le reintegraron su señal poco después.
La censura dentro del país no se remite a la política, al veto de diputados y otros voceros de la oposición, o a que no se cubran manifestaciones públicas o mítines políticos en vivo, es que también el chavismo ha avanzado hasta el punto de que canales como Venevision han eliminado escenas de besos entre parejas del mismo sexo en telenovelas y series, o que los cines no pudiesen proyectar la película sobre zombies “Infección”, de Flavio Pedota, por sus críticas al socialismo. Haber perdido la prensa impresa no solo restó espacios de información cotidianos para millones de personas, sino que además eliminó las tribunas de opinión, desaparecieron algunas vocerías y liderazgos. Así las voces de intelectuales se apagaron del espectro masivo.
Perder medios, más que perder democracia, nos hizo perder modernidad. Por eso ahora la conexión con el mundo está modelada no por la incorporación de variables novedosas en nuestra vida, sino por la sobrevivencia en una realidad alterada mientras nos refugiamos en Netflix o en películas quemadas. Lo que se pueda. Pero así no se reconstruye el tejido ciudadano ni la capacidad de exigencia y presión. La censura es el diseño del silencio, pero también del claustro, del aislamiento, del país roto convertido en archipiélagos que se van ignorando hasta que no hay futuro conjunto sino huida y mansedumbre.

La pérdida de confianza
Además de “la verdad”, la primera víctima en un conflicto es la confianza. Las diferencias entre grupos políticos opositores en Venezuela están signadas por la destrucción de la confianza entre ellos, que les dificulta construir nuevos acuerdos. La cuenta individual que sacan algunas personalidades políticas y quienes le rodean, por lo general no se parece, ni de cerca, a lo que necesita el país para encauzar una solución al problema. Por el contrario, se planifica y se piensa calculando cómo quedarán en un futuro y qué fragmento del poder les podría corresponder. Se suele pensar en una sobrevivencia personal en lugar de colectiva. Ese ánimo de “siempre caer parado” generó también que otros grupos hayan tirado la toalla frente al hegemón, negociaron pedacitos de acomodo con la dictadura y desde hace rato carecen de agendas y propuestas que impulsen la recuperación de la democracia y la libertad. Por el contrario, generan nuevos ruidos, ocupan espacio e incluso persiguen y hostigan a sus antiguos aliados. Son la oposición a la medida del poder. Mansa, servil, cualquier cosa menos una oposición.


El dilema de la confianza es que no se puede imponer. No hay decreto que obligue a nadie a colaborar con otros, movilizarse por otros ni mucho menos prestar capacidades, esfuerzos y recursos. La confianza se construye en la cotidianidad, en espacios públicos y privados, con agendas claras que convoquen y muestren un horizonte compartido de futuro. Los proyectos son narrativas. La esperanza es un relato. Las convocatorias son construcción de comunidad y acción conjunta. Pero todas necesitan talento, recursos y muchísimo trabajo. 22 años después de resistencia hay que remarcar que los atajos, cuando fracasan, pueden destruir lo que se ha avanzado. Por eso confiar en el ámbito político no es volver a cerrar los ojos y entregarse. No es un juego de ilusiones. Es colaboración, rendición de cuentas y compromisos medibles para avanzar juntos.

Los que deben construir un relato

Es altamente probable que, puestos a negociar, los distintos grupos opositores tanto en partidos como en organizaciones sociales tengan muchos más aspectos en común que en contra, pero para eso hace falta la voluntad de trabajar sobre asuntos más trascendentales que la culpa sobre lo que no se ha logrado. Por insólito que parezca, la agenda de ataques contra el interinato desde grupos que mezclan organizaciones civiles y políticos que no apoyan a la Asamblea Nacional electa en 2015, es mucho más intensa y constante que contra el mismo chavismo. Eso incluye la repetición constante de tres acusaciones: la falsa equivalencia entre el chavismo y la oposición en la responsabilidad sobre la crisis que padecemos, el apoyo a la tesis del chavismo que adjudica toda dificultad  a las sanciones impuestas por Estados Unidos y otros países, además de la agresión contra cualquier iniciativa del interinato en el área humanitaria y de derechos humanos por considerarla “politizante”. Cuando el conflicto es político.

#PelearYGanar

Sin medios de comunicación masivos, sin ‘permiso’ para usar la calle, con violaciones sistemáticas a los derechos humanos, con la pandemia como regente y sin esperanzas de una vacunación masiva, las redes sociales han sido el espacio para el encuentro de los venezolanos conectados. Entre ellas, Twitter lleva la vanguardia. Twitter se usa para mantenernos informados y para discutir sobre lo que va pasando. Su uso entre venezolanos es un fenómeno que demandaría otro trabajo, pero me interesa en particular la improbabilidad que Twitter supone para generar acuerdos, pues la popularidad en esa red, se alimenta más rápido del conflicto que del concierto. Allí cuanto más descarnado sea un desacuerdo, más popular será. La forma en la que distintos grupos políticos usan Twitter es la negación de lo que esperamos del espacio público porque obstaculizan los acuerdos, se privilegia la velocidad y el desorden, no diseñan mensajes para discutir sino para impactar, lo que empobrece la posibilidad de un diálogo público democrático. Al sumar la ira como ingrediente, muchos venezolanos viven su experiencia en Twitter como la posibilidad de ‘ganar una pelea’. Y allí, de nuevo, pueden ser mucho más agresivos contra líderes opositores que contra el poder. El incentivo es bastante sensato porque un opositor criticado no atentará contra tu vida ni te enviará a prisión.
Por su parte, el chavismo perdió casi toda posibilidad de influencia a través de los medios tradicionales, pues por diseño, los problemas no existen en el imaginario oficial hasta que el culpable sea otro. Por lo tanto se convirtieron en ruido. La gente dejó de verse reflejada tras la muerte de Hugo Chávez. La agenda de problemas que marca sus vidas (alto costo de la vida, servicios públicos deficientes, etc.) no forman parte de la programación regular. La mentira como norma divorció a los venezolanos de los mensajes oficiales. Su concurso en redes sociales no es distinto: el chavismo va a las redes a imponerse, a decir lo que ya planificó (sea o no verdad, eso es accesorio), a bajar mensajes como si le hablase a una tropa y no a la ciudadanía, con etiquetas apoyadas por granjas de bots, con poca o nula participación civil, y sin interactuar con sus audiencias. Su procura es liderar las etiquetas del día aunque no lo logren de manera orgánicas. Por eso no son relevantes para la vida pública.

Romper la atomización

Las fuerzas democráticas tienen que ser capaces de volver a crear, mantener y fortalecer una unidad democrática pluralista, con base en la idea de un cambio de gobierno, pero también comprometidos con una redemocratización política que brinde un marco institucional para otros avances, para el ejercicio de planes de desarrollo que beneficien a un país sumido en la miseria. Aunque el chavismo insista en la importancia de la coyuntura electoral, mancillada por ellos mismos, es indispensable la movilización social para exigir negociaciones que deriven en compromisos realizables. Esa unidad pluralista necesita entenderse en sus objetivos comunes, unos principios programáticos que permitan el sostenimiento de su causa a pesar de sus diferencias. La apuesta debería atender al ordenamiento de planes que trasciendan la libertad política y homologuen proyectos más ambiciosos para la recuperación nacional. Cuantos más ciudadanos conozcan estos planes y entiendan su funcionalidad, es más probable la demanda de su realización y el desarrollo del rol del demócrata necesario pues, sin duda, la gestión de un nuevo espacio público pasa también por la necesidad de captar nuevos militantes y simpatizantes para las organizaciones políticas y sociales. Una sociedad que vuelva a asumir su papel protagónico, que se organice para obligar a los actores políticos a cambiar y a cumplir, a rendir cuentas y a hacerse responsables de sus decisiones.

Reencontrarnos

Nuestra transición no será fácil ni breve, los problemas acumulados son enormes y demandan inversiones ambiciosas. Algunas, por el tamaño actual de nuestra economía, lucen imposibles. Somos un país de necesitados, no habrá tiempo para la demagogia y toda corrección debe ser pensada con la potencialidad de ser no solo efectiva sino permanente. Redemocratizar al Estado y al Gobierno, pasa por entender la democracia como un proyecto educativo, cultural y de desarrollo. Nuestra libertad estará casada con nuestra responsabilidad, porque el chavismo gobernante tendrá que rendir cuentas, pero toda la sociedad tendrá también que desarrollar conductas cívicas y solidarias. Tenemos que convencernos de que nada será pronto y para eso también hay que reformular las expectativas. El problema es dar más cuando se ha dado tanto, pero así funciona. Un proyecto de país republicano y democrático nos demanda ser mejores ciudadanos, apostar por el pluralismo y el debate, reconstruir la cultura de la opinión y la participación, rescatar la igualdad ante la ley y la subordinación de todos a ella, y convencernos de que los contrarios son esenciales para la democracia. Ningún gobierno podrá satisfacer nuestras expectativas, pero será fundamental tener las instituciones para hacerlo manifiesto.

Naky Soto es escritora, con más de 20 años facilitando temas de comunicación y ​vocería. Ha escrito para medios nacionales e internacionales. Produce a diario un resumen sobre el acontecer político venezolano. Produce videos en el canal de Youtube: nakyluiscarlos. Es industrióloga con estudios en Desarrollo Organizacional y Comunicación para el Desarrollo. En 2020 ganó el premio Sophie Sholl que otorga la Embajada de Alemania en Venezuela para “reconocer y acompañar a instituciones o personas que, a través de su compromiso y labores, contribuyan al fortalecimiento de la democracia y de los valores que la sostienen”.

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