La Reconstrucción post-totalitaria
Francisco Plaza Vegas
Una característica esencial de la Revolución Bolivariana es su dinámica como proceso continuo y deliberado de destrucción. Venezuela ha sufrido ya más de veinte años de un régimen político que ha sido infatigable en su propósito de demoler sistemáticamente todos los órdenes de la vida nacional. Si a esto añadimos la habilidad del régimen para esconder bajo tinieblas sus acciones perversas, ocultando y manipulando con descaro la información, o simplemente mintiendo sobre la realidad del país con absoluto cinismo, no es posible sino prever que la destrucción es todavía muchas veces más honda de la ya inocultable miseria a la que ha sido llevada el país. Los venezolanos, además, han comprobado que siempre se puede estar peor y que, por tanto, es falso aquello de que en algún momento se tocará fondo. La destrucción continuará su ritmo indetenible y devastador mientras el régimen siga en el poder.
Ante esta desoladora realidad, pareciera ingenuo, y quizás hasta insensato, dedicar tiempo a reflexionar sobre la reconstruccion. Segun esta perspectiva, la unica tarea realista consistiria en concentrar toda la atención en salir cuanto antes del régimen destructor. Todo otro esfuerzo sería no solo una distracción inútil, sino incluso hasta contraproducente, pues podría mermar la determinación necesaria para alcanzar este imprescindible objetivo. Solo cuando Venezuela sea liberada de la ocupación de esta fuerza invasora –descripción que aplica no solo en sentido metafórico– podrían los venezolanos emprender la larga tarea de levantar nuevamente al país.
En este ensayo, sin embargo, proponemos algunas reflexiones que apuntan hacia una direccion contraria: la reconstruccion no es consecuencia sino condición para la salida del régimen. Se trata, como se indica en el título, de una reconstrucción post-totalitaria. Con este adjetivo, se advierte que el reto es reconstruir sobre una destrucción que va mucho más allá de la devastación material e institucional del país. El verdadero núcleo de la destrucción es de orden espiritual pues lo que en definitiva el totalitarismo corroe es aquella visión compartida de lo bueno y lo justo que nos constituye como nación. Solo una nación re-unida en el bien y la justicia puede superar el mal que siembra un régimen totalitario. La reconstrucción material del país, por tanto, no será posible sin antes reconstituir el alma nacional. La tarea de recuperar el ethos de la nación es, pues, todavía más urgente, y acaso incluso más ardua, que la inmensa labor de reconstrucción material.
Una Revolución del Nihilismo
Quizas una de las mayores dificultades para confrontar el horror de la Revolución Bolivariana ha sido la renuencia a reconocer en toda su magnitud la naturaleza del mal que encarna. En buena parte –y que todavía no sea del todo es increíble– ya son cosa del pasado aquellos eufemismos, como los de “autocracia competitiva», «populismo autoritario», «regimen con deficit democrático” o “semi-democracia”, con los que en un principio se buscó suavizar la caracterización del régimen, soslayándose los signos que descubrían la vocación totalitaria de la revolución. La inmensa bonanza petrolera de los primeros años, que permitió al regimen financiar su mentira para mantener niveles importantes de apoyo popular, hacía difícil, es verdad, reconocer que ya desde su propio inicio –apenas Chávez juró ante un “moribunda constitución”– se sembraba la semilla totalitaria de la tragedia que hoy vive el país. Conforme a la dinámica propia del virus totalitario, sin embargo, solo era cuestión de tiempo para que la revolución desplegara con toda su furia los signos más terribles de su perversa identidad. El camino a la dominación totalitaria, observaba Hannah Arendt, atraviesa muchas etapas intermedias y solo llega a desplegar toda su crueldad cuando ya no tiene nada que temer¹. No es cuestión, entonces, de que la Revolución Bolivariana se haya desnaturalizado o desviado su rumbo en manos del sucesor del fallecido líder mesiánico. Por el contrario, la revolución ha seguido su trayectoria natural –el “proceso” le llaman ellos mismos– en virtud de su esencia como proyecto de dominación total. En palabras más sencillas, la Revolución Bolivariana es hoy lo que siempre fue, solo que en una etapa ulterior de su desarrollo.
Ya con la devastación del presente y la inocultable crueldad con la que el régimen viola los derechos más esenciales de los venezolanos, aquellos eufemismos –que insisto, no han desaparecido del todo -han dado paso a calificativos que, aun cuando mas severos, todavia no alcanzan a reflejar la esencia de la destruccion en toda su complejidad. Es verdad que el régimen que gobierna a Venezuela es un “Estado fallido” pues carece de legitimidad, no tiene control de todo el territorio nacional, comparte el monopolio del uso de la violencia con grupos colectivos irregulares, y no cubre las necesidades materiales más elementales de la población. También es cierto que se trata de un régimen “criminal o gansteril” pues utiliza las estructuras y mecanismos del poder del Estado para la organización de sus crímenes. Con este calificativo, se aclara que el problema es distinto al de un gobierno invadido por la corrupción. La actividad de un “Estado criminal” se enfoca, precisamente, en utilizar las estructuras y el poder del Estado para organizar y decidir sobre las maneras más efectivas para lograr sus propósitos delictivos, hasta llegar al punto en el que las únicas actividades realmente rentables son aquellas vinculadas con la ilegalidad. Cuando se añade la denominación de “narco-estado”, se advierte que la acción criminal predilecta del regimen esta dedicada a las actividades vinculadas con el trafico y comercializacion de drogas y el lavado de dinero. Otra calificacion comun es la de «Estado terrorista», que apunta a dos realidades Una de ellas subraya el hecho de que se trata de un régimen que proporciona apoyo financiero y logistico a organizaciones terroristas internacionales. La segunda realidad a la que también apunta el calificativo de «terrorista» es que el regimen utiliza el miedo y la intimidación –el terror mismo– como instrumento para el control de los ciudadanos y grupos intermedios de la sociedad.
Todas estas denominaciones apuntan hacia este o aquel aspecto del régimen, pero ninguna de ellas, incluso si se utilizaran en conjunto, descubre la naturaleza de la destrucción que es propia de un regimen totalitario. Resulta un error grave atribuir la demolición de Venezuela a la irresponsabilidad, ignorancia o improvisación de los encargados del aparato gubernamental. Que estos defectos abundan en la nomenclatura oficial, no cabe duda de ello. Sin embargo, el problema es todavía mucho más grave pues la destrucción es continua y deliberada. Se trata de una destrucción cuya naturaleza no logran descubrir los términos ‘fallido’, ‘gansteril, ‘narco-criminal’ o ‘terrorista’.
Cuando en el siglo XX se introdujo y desarrollo en la filosofia política el término ‘totalitarismo’, se buscaba describir la naturaleza de una nueva forma autocrática de gobierno que no podía ser explicada con los conceptos tradicionales de tiranía y dictadura y que, sobre todo, podía surgir en cualquier país por estar especificamente vinculada con la crisis espiritual de la modernidad. En definitiva, la teoria sobre el totalitarismo explora el fenomeno de rebeldía radical frente a la comprensión tradicional de la relación entre el hombre y la política en la civilización occidental, uno de cuyos postulados fundamentales es que la política, desde el punto de vista de sus fines, esta siempre limitada por el hecho de que nunca puede ofrecer todo cuanto el ser humano necesita para alcanzar su plenitud. No le corresponde a la política hacernos felices pues su campo de accion esta delimitado por la propia naturaleza humana.
En su sentido más primigenio, la rebeldía totalitaria consiste en reclamar y exigir lo total para la política, en rechazo de cualquier comprensión que suponga límite alguno. Las formas concretas de aplicar esta manera ilimitada de entender la política varían de acuerdo con las circunstancias históricas y culturales, pero en definitiva las diversas manifestaciones de lo total confluyen en esta desmedida aspiración de redimir al hombre a través de la política. La realidad totalitaria comprende un conjunto de características íntimamente entrelazadas, de forma que partiendo de alguna de sus coordenadas es posible comprender el fenómeno en su conjunto. De alli que filosofos de la politica han descrito el fenómeno totalitario partiendo desde alguno de sus elementos esenciales para desde allí revelar cómo todos los síntomas de este «virus» confluyen en una especie de «sindrome» originando y reforzándose los unos a los otros. Así, por ejemplo, Eric Voegelin analiza el totalitarismo a partir de sus coordenada gnóstica²; Hannah Arendt lo hace desde la esencia del terror totalitario³; Manuel García Pelayo parte del totalitarismo como forma de mito escatológico⁴; Karl Jaspers enfoca su análisis desde la habilidad de los regímenes totalitarios para transmutar la mentira en verdad⁵; y Albert Camus explora el totalitarismo como rebeldía existencial frente al orden de la creación⁶.
El político alemán Hermann Rauschning desarrolla en su obra Una Revolución del Nihilismo⁷ un análisis especialmente valioso
para el tema que nos ocupa pues ayuda a comprender por qué la destrucción continua y deliberada es también una coordenada esencial del fenómeno totalitario. El mensaje totalitario, explica Rauschning, se presenta siempre como un ideario de esperanza para la construcción de un nuevo orden, cuando en realidad no es otra cosa que un movimiento de destrucción nihilista. La verdadera esencia de un movimiento totalitario no esta en su filosofia o doctrina, sino en su dinamica como «proceso» de destruccion. No existe una ideologia clara sino solo firme determinacion de destruir todo orden pre-existente. Se mantiene el vigor del ideal totalitario, a pesar de carecer de contenido concreto, pues el proceso de destrucción se mantiene a toda costa: “puede que aún no hayamos llegado al bien, pero el proceso va en camino pues estamos destruyendo el mal”. De allí que los regímenes totalitarios siempre necesitan algun conflicto, alguna amenaza que sea necesaria destruir para mantener la dinámica de movimiento del proceso. Esto es lo que realmente da “vida” al proceso revolucionario. El líder totalitario, por tanto, sabe que debe mantener el entusiasmo con frases incendiarias y que nunca puede dejar de alertar sobre las graves amenazas al proceso, las tormentas que se avecinan, las conspiraciones magnicidas, los enemigos que se reagrupan y la necesidad permanente de reanimar el espíritu de batalla para nunca dar cuartel a los adversarios. Mientras más inconsistente e irracional el mensaje mejor, pues el objeto del discurso es mantener el institnto combativo de las masas, para asi justificar una nueva fase de destruccion. Resulta, pues, totalmente inutil participar en discusiones sobre el contenido concreto de una doctrina totalitaria. También es una ilusión esperar que alguna vez concluya el “proceso”. Como revolución permanente, se trata de una “acción pura y simple, una dinámica en el vacío, una revolución a tiempo variable». su ‘filosofia’ es «aprovechar cualquier oportunidad para aumentar el propio poder del movimiento, para asi agregar más elementos bajo su dominio”⁸. Los procesos totalitarios, entonces, son movimientos cuya vitalidad se mantiene mientras son capaces de generar entusiasmo en la destrucción. Es la negacion y la ausencia de toda afirmacion positiva, es decir, su continua voluntad por des-hacer, lo que determina la dimensión nihilista en el espíritu totalitario. Y, de manera paradójica, “esta carencia de principios es uno de los principales secretos de su efectividad: una revolución permanente, imposible de llevarla a un fin»⁹.
Rauschning advierte en su obra que la vocación destructora de un régimen totalitario no se agota en la demolición del orden
material de un país. No son solo los centros hospitalarios y educativos, la infraestructura, las empresas de todo tamaño, el campo y la producción agrícola, los sistemas eléctricos y de telecomunicaciones, la red de transporte, o las represas y acueductos que van quedando absolutamente arrasados. La destrucción abarca tam- bién a las instituciones, de manera que gradualmente se desnaturalizan y corrompen los tribunales de justicia, el sistema electoral, las fuerzas armadas, las policías, los medios de comunicación, las universidades, los centros culturales, en suma, todo aquello que es indispensable para el desenvolvimiento normal de una sociedad. Sin embargo, Rauschning explica que la destrucción es todavía mucho más profunda. Por devastadora que sea toda la destrucción del orden material e institucional de un país, todavía es menor a la inmensa magnitud del daño espiritual que un régimen totalitario es capaz de inflingir en el alma de una nacion. Aun cuando no sea perceptible a la vista como sí lo son la devastación material y la degradación institucional, es ilusorio suponer que el régimen sea menos efectivo en su capacidad para demoler en el pueblo aquella visión compartida de lo bueno y lo justo que lo conforma como nación. Y ello es así puesto que el obstáculo más formidable al propósito de alcanzar un dominio total de la sociedad es la libertad, entendida ésta como la capacidad de la persona humana para decidir sus actos a la luz de la conciencia o, dicho de otro modo, el poder elegir el bien moral conforme a la recta razón. La libertad es entonces el verdadero objetivo de la destrucción. Son diversas las tácticas que los regímenes totalitarios emplean para alcanzar esta perversa finalidad. Por una parte, extienden su dominio sobre la sociedad de tal forma que prácticamente obligan a las personas a doblegarse por su necesidad de sobrevivir o continuar “normalmente” la vida. Los subsidios alimentarios a través de bolsas de comida, o la obligatoriedad de obtener un documento de identificacion partidista para tener derecho a recibir servicios públicos esenciales, son ejemplos de dominación que van resquebrajando la capacidad de las personas a actuar conforme a la conciencia. Estos “subsidios” buscan, en definitiva, quebrar la voluntad de la persona, d manera que ceda, acepte y se adapte a lo que el régimen exige, especialmente, y este es el punto crítico, si ello supone actuar en contra de la propia conciencia. El régimen destruye la libertad para así crear una especie de automatismo ciego pues el dominio totalitario exige conformidad, rigidez y disciplina¹⁰.
Una segunda forma de destruir la libertad es todavía más terrible, con efectos bastante más profundos. Los regímenes totalitarios no solo destruyen la libertad doblegando a las personas para que actúen en contra de su conciencia. Su más perversa tarea destructiva es la del propio aniquilamiento de la moral, que es el contenido esencial de la libertad. El régimen busca embotar y obnubilar el sentido moral en la conciencia de las personas para así remover todo obstáculo potencial a su proyecto de dominación total. En su expresión más extrema, el terror en la experiencia totalitaria no apunta principalmente a los actos atroces que estos movimientos utilizan para mantener y expandir su dominación, sino a su férrea determinación de utilizar el poder político para transfigurar la conciencia humana y asi degradar espiritualmente a un pueblo. Es por ello que los regímenes totalitarios operan de acuerdo con un sistema de valores radicalmente distinto al de las categorías comunes para distinguir entre los actos morales e inmorales¹¹. Para un régimen totalitario, no existe una acción inmoral o mala en sí, por inhumana que sea, con tal de que sirva a los fines de preservar el poder. En otras palabras, se valoran los actos humanos según si contribuyen o no a la continuidad en el poder del proceso revolucionario¹². Esta es la raíz de la actitud cinica que acompaña a los lideres totalitarios, cuando afirman como virtud lo que obviamente se le opone. Exaltan entonces las pasiones humanas más bajas para explotar el rencor, el resentimiento, la envidia, la división y el odio entre la gente pues consideran que ello contribuye a mantener y consolidar el poder del régimen. Logran confundir de tal manera lo bueno y lo malo, que celebran los actos más viles como ejemplos de virtud. Progresivamente, se crea un clima generalizado de apatía en el que las acciones más grotescas de injusticia y arbitrariedad solosuscitan una muy tibia reacción. Gradualmente, la nación se va acostumbrando a contemplar los asuntos comunes de la sociedad desde la perspectiva amoral del régimen: todo empieza a ser palabra violenta y hostil, desconfianza mutua, degradacion del semejante, expresiones de rencor y odio, obscenidad, manipulación de la verdad, negación de la humanidad del adversario, al tiempo que se menosprecia todo lo que invite a valorar la discusión serena, el entendimiento, la disposición a escuchar al otro, el valor de la palabra, el testimonio de una vida, la paz. Al reflexionar sobre la situación de los países de Europa del Este tras el hundimiento de los sistemas marxistas, el Papa Emérito Benedicto XVI advertía: “Los espíritus más claros y despiertos de los pueblos liberados hablan de un inmenso abandono moral, producidos tras muchos años de degradación espiritual, y de un embotamiento del sentido moral, cuya pérdida y los peligros que entraña pesarían aún más que los daños económicos que [el comunismo] produjo”¹³. En terminos similares, el patriarca de Moscu describia la situación espiritual de los países liberados luego de la disolución de la Unión Soviética y la caída del muro de Berlín así: “Las facultades perceptivas de hombres que viven en un sistema de engaño se nublan inevitablemente. …Tenemos que conducir de nuevo a la humanidad a los valores morales eternos, es decir, desarrollar de nuevo el oído casi extinguido para escuchar el consejo de Dios en el corazón del hombre”¹⁴.
Entendida en toda su magnitud el alcance de la destrucción totalitaria, es necesario reconsiderar la secuencia según la cual no es posible emprender la labor de reconstrucción sin antes salir del régimen. Los gérmenes de la pasión totalitaria solopueden ser borrados en el alma de individuos que recobran el sentido del verdadero bien en su propia existencia. Por tanto, solose desploma el régimen totalitario cuando las personas reconocen que no pueden orientar su existencia segun la distorsionada definicion del bien y del mal del código amoral de la revolución, sino que son responsables de la propia vida de acuerdo con la verdad que escuchan en la voz de la conciencia. Ello significa que incluso si cayera el régimen, el espíritu totalitario permanecería vivo entre nosotros si no recobramos el sentido del bien y la justicia, imprescindibles para el verdadero ejercicio de la libertad humana. Todo esfuerzo de reconstrucción material e institucional no podría durar ni surtir efecto sin una nación reunida en convicciones morales comunes.
El testimonio de Konrad Adenauer
La historia nos ofrece precedentes de esta realidad. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Alemania era un pais totalmente devastado: “El derrumbamiento fue tan total como la guerra. Habían muerto casi diez millones de alemanes. Todavía más elevada fue la cifra de los que tuvieron que huir del Este. Millones de heridos, viudas y huérfanos; millones de hombres todavía prisioneros de guerra. La producción industrial solollegaba al tercio de la de 1938, la ración de comestibles era de 1.000 calorías diarias; la mitad de los escolares padecían tuberculosis. A ello se agregaron el desempleo, el mercado negro, la desmoralización”¹⁵. La labor para reconstruir un país así era inmensa. ¿Por dónde comenzar? ¿Adónde enfocar los muy limitados recursos económicos cuando todo era urgente, cuando todo era miseria y desolación? ¿Cómo encontrar la unidad necesaria para emprender éste o aquel camino en la reconstrucción material del país sin que desatara toda suerte de desacuerdos, presiones, reclamos, enfrentamientos, conflicto y, eventualmente, violencia? Cualquier camino que se tomara suponia definir prioridades y aceptar sacrificios. La respuesta del Canciller Konrad Adenauer, el arquitecto de la reconstrucción alemana, fue convencer al país que el primer paso era de orden espiritual, y que nada se lograría hasta no dar respuesta, desde el fondo de la conciencia, a las siguientes preguntas: “¿Cómo ha sido posible la caída del pueblo alemán en el abismo? ¿Cuáles son las razones más profundas por la que hemos caído en semejante precipicio?”¹⁶. Según Adenauer, el pueblo alemán solopodría conseguir el camino a un mejor futuro si reconocía las razones por las cuales había llegado a este período fatal en su historia y, para ello, era preciso examinar la conciencia:
«El nacionalsocialismo no hubiese podido llegar al poder si en amplias capas de la población no hubiese encontrado el terreno abonado para plantar sus semillas envenenadas. Insisto: en amplias capas de la población. No es correcto decir ahora que los caciques, los altos cargos militares y los grandes empresarios son los únicos culpables. Es muy posible que sean culpables en gran medida, y su deuda personal con el pueblo alemán, que los alemanes tendrían que llevar ante un tribunal para que fuese juzgada, será tan grande como fueron su poder e influencia. Pero esa gran parte de la poblacion de la que he estado hablando hasta ahora, la clase media, los campesinos, los trabajadores o los intelectuales, no tenían la mentalidad correcta, de lo contrario la victoria del nazismo en el año 1933 y siguientes no hubiese sido posible. La nación alemana está sufriendo por una concepción equivocada del Estado, del poder y de la propia posición del individuo. Se ha hecho del Estado un ídolo y se le ha subido a un altar. El individuo, su dignidad y su valor se ha sacrificado a este ídolo. El nacionalsocialismo no es más que una consecuencia, llevada hasta el extremo de la criminalidad, de la adoración de esa visión materialista del poder y del menosprecio del valor de la persona¹⁷.
A juicio de Adenauer, el pueblo alemán no podía emprender la labor de reconstrucción sin antes reconocer su desviación respecto a los valores de la cristiandad, “consagrándose de lleno simultáneamente a lo puramente terrenal, a las cosas materiales y, en conexion con ello, a la deificacion del poder del Estado». Por allí se tenía que empezar si es que el pueblo alemán había de sanar desde dentro. El verdadero reto consistía en lograr que la concepción cristiana de la vida sustituyera a la materialista pues, para ella, “en el centro se encuentra el hombre y no el Estado”. En esta concepción cristiana de la vida, “el individuo no es una herramienta despreciada en manos de los funcionarios, pues como obra de Dios y responsable ante Dios, tiene un valor que el colectivo ha de respetar también”18. En la reconstrucción de Alemania, concluía Adenauer, la gran tarea era despertar las fuerzas democráticas de la nación de manera que la democracia “fuera mucho más que una forma parlamentaria de gobierno sino una ideología que tiene sus raíces en el reconocimiento de la dignidad, el valor, y los derechos inalienables de todo individuo”¹⁹.
Anamnesis
Reconocer el alcance y los efectos de la destrucción nihilista de la Revolución Bolivariana en el espíritu de los venezolanos es el verdadero primer paso de la reconstrucción. Se trata de una reconstrucción post-totalitaria, como se indica en el título, no por- que haya de emprenderse después de la caída del régimen, sino porque la reconstrucción solo podrá comenzar cuando exista el propósito de desterrar la semilla totalitaria que el régimen ha sembrado en el alma de la nación. La verdadera reconstrucción, por tanto, no es consecuencia sino condicion para llevar a su fin este terrible período en la historia del país. El llamado de Adenauer fue convocar a su pueblo al recuerdo primordial de lo bueno y lo verdadero para recobrar aquel sentido interior que permite a la persona reconocer el eco de la verdad en la voz de su conciencia. Platón llamaba anamnesis a este volvernos hacia dentro para re-abrirnos, en la profundidad de la conciencia, al sentido de la propia existencia a la luz de la palabra (logos). Y es que al enfrentar la injusticia no es suficiente denunciar el mal del que se es víctima. El mal que se denuncia debe servir para iluminar el bien perdido. En su lucha contra los horrores de la segregación y la discriminación racial, Martin Luther King advertía que la protesta no podía reducirse a la descripción de la injusticia sufrida²⁰. Lo peor de la discriminación es que alimenta sentimientos de rencor en el corazón de la víctima, con lo cual se le hace más difícil amar, que es el bien humano que su corazón anhela. Por tanto, lo decisivo en la lucha de Luther King contra la humillación del racismo era recobrar el bien perdido: la vocación de amar que está inscrita en el corazon de todo ser humano. En nuestro caso, no es suficiente que la nacion entera indentifique y denuncie todo el espantoso mal que el regimen ha ocasionado. Ello no es suficiente pues la reconstrucción solo empezará cuando la nación se re-encuentre en el propósito de recobrar el bien perdido.
Encontramos en las palabras del lenguaje cotidiano de los venezolanos la intuición de que este llamado a la anamnesis es, en efecto, el camino a seguir. Cada generación encuentra las palabras para expresar el sentido de su responsabilidad histórica. A raíz de la muerte del General Gómez, el reto para los venezolanos de aquella generación era emprender una nueva etapa en la historia del pais. Ello se reflejaba en las palabras que utilizaban para describir este propósito: “fundar”, “construir”, “levantar”, “sembrar”, etc. En nuestros días, las palabras que escuchamos son distintas. No hablamos de construir sino de reconstruir, no de encontrarnos sino de re-encontrarnos, no de comenzar sino de retomar. Dicho de otra manera, utilizamos palabras que evocan la necesidad del recuerdo de un bien perdido. De alguna forma, reflejamos con esas palabras que el reto de esta generacion no es construir de la nada sino retomar un rumbo a partir de unos fundamentos que habremos de redescubrir.
Como resultado de la falsa y perversa propaganda de la Revolucion Bolivariana en contra del llamado ‘puntofijismo’ muchos venezolanos rechazan casi a priori –y algunos hasta con vehemencia– cualquier referencia a la experiencia democrática que por cuatro décadas vivió Venezuela hasta 1999. ¿No es hora de mirar adelante y buscar nuevos horizontes para un país tan diferente al de 1958? Este cuestionamiento es aún más común entre los jóvenes, a quienes se les ha (des)dibujado la (mal) llamada ‘Cuarta República’ como un período de fracaso, caracterizado por la corrupción, el gobierno de élites, el apoyo a las oligarquías económicas en detrimento de las clases populares, y la represión de la disidencia. ¿No será entonces necesario –preguntan especialmente ellos–abrir un nuevo capítulo en la historia de Venezuela que no solo deje atrás a la Revolución Bolivariana sino también a ese período republicano que habría sido causa directa de su existencia? En definitiva ¿que puede aportar aquella experiencia republicana a la Venezuela de hoy y, especialmente, a la del provenir? Frente a estas preguntas, sin embargo, vale la pena tener presente las palabras del Papa Emérito Benedicto XVI cuando advertía que “apartarse de las grandes fuerzas morales de la propia historia es el suicidio de una nación”²¹.
Es evidente que el país de hoy es muy distinto a la Venezuela de 1958, año en el que comenzó el período de la república civil tras el derrocamiento del dictador Marcos Pérez Jiménez. También es cierto que la experiencia del país desde 1999, año inicial de la Revolución Bolivariana, ha sido en muchos sentidos inédita en la historia del país. A pesar de su largo pasado militarista y dictatorial, Venezuela nunca había sufrido los rigores de una autocracia de naturaleza totalitaria, inspirada en tal altísimo grado en el menosprecio a la libertad y dignidad de la persona humana: una revolución basada en el odio, instrumentalizada en la violencia y orientada hacia la subordinación totalitaria de la persona humana a las pautas de una dictadura total. Tampoco tiene precedente en nuestra historia que un gobierno dictatorial surja, crezca y se fortalezca utilizando precisamente los mecanismos de la democracia que destruye. Una característica única de la Revolución Bolivariana ha sido, sin duda, su habilidad particular para esconder su proyecto de dominación total tras una fachada de instituciones y procedemientos democrativos. La necesaria reflexion sobre las circunstancia especificas que vive hoy Venezuela y, particularmente, sobre la esencia de la Revolucion Bolivariana como proyecto de dominación totalitaria, no debe hacernos perder de vista la importancia de analizar la realidad presente también desde una perspectiva historica. Al hacerlo, verificamos que los rasgos básicos de la Revolución Bolivariana tienen raíces profundas en el desarrollo histórico de Venezuela.
En efecto, la Revolución Bolivariana conculca libertades individuales, viola sistemáticamente derechos humanos fundamentales, ejerce el poder arbitrariamente y lo concentra de manera autocrática a expensas de todo equilibrio institucional, se apoya en las Fuerzas Armadas como órgano de represión, valida en los tribunales su profanación de la ley, y dilapida con exceso, sin control y a beneficio propio, los recursos del pais. No necesario agotar una lista asi para reconocer en el regimen que ha gobernado al país desde 1999 las mismas prácticas arbitrarias que caracterizaron a tantas tiranías de nuestro pasado. Lo que distingue a la Revolución Bolivariana como fenómeno político inédito no debe impedirnos constatar que, en definitiva, es una dictadura más en la historia de un país que ha andado de tiranía en tiranía.
El voraz empeño de la Revolución Bolivariana en destruirlo todo también ha sido parte sustantiva de la experiencia de Venezuela con sus dictadores. Rafael Caldera, fundador de la república civil junto a Rómulo Betancourt, y a quien debemos seguir en esta reflexion pues precisamente fue el llamado anamnesis un eje sustancial de su mensaje político, empleaba como analogía el mito de Sísifo para alertar sobre esta realidad:
«Muchos pensadores venezolanos han señalado que el drama de Venezuela ha sido muchas veces comparable al mito de Sísifo, empeñado en ascender y en levantar una carga y condenado a recomenzar una y otra vez, tras de cada nueva alternativa, el mismo camino de ascenso. Esa interpretación transida de pena y de vergüenza nacional que grandes escritores han señalado en el análisis de nuestra historia, debería estar siempre presente en la conciencia de todos nosotros y creo que es nuestro deber recordarla a gobernantes y gobernados, a dirigentes y dirigidos, a toda la comunidad nacional. El país tiene que progresar y que avanzar, y cada etapa de gobierno no hallaria justificacion si no representara una elevación respecto del nivel anterior. Lo que es dramático es el empeño de destruir lo que se ha logrado, de negar lo que se ha obtenido, de desconocer lo que ha sido el resultado de un esfuerzo de cada etapa anterior²²
En el mismo sentido, Caldera recordaba las palabras de Cecilio Acosta respecto a esta larga historia de “revoluciones” que no han hecho sino destruir toda realización anterior: “han dado sacrificios, pero no mejoras; lagrimas, pero no cosechas; han sido siempre un extravío para volver al mismo punto, con un desengaño más, con un tesoro de menos”²³
A este propósito destructor, la experiencia histórica en Venezuela añade un elemento crítico para reconocer uno de los aspec-
tos más devastadores de la Revolución Bolivariana. Como hemos descrito, un componente fundamental en el mensaje político de este régimen ha sido suscitar en el pueblo emociones hostiles, vengativas y rencorosas. A través de un lenguaje violento que degrada con viles calificativos la condicion humana, la Revolucion Bolivariana convoca al pueblo a despreciar a todo aquel que no acompañe el proyecto político de la revolución. Por desgracia, esta siembra de odio y rencor tampoco es nueva en la historia de Venezuela. Por el contrario, es quizás la raíz más profunda de los fracasos en la lucha del país por conquistar la libertad. Sobre el odio como factor decisivo en nuestra historia, volvía Caldera al testimonio de Cecilio Acosta:
«Era el odio político, era el haber desencadenado las pasiones por encima de todas las barreras, era el haberse pretendido ignorar los unos a los otros lo que nos sacó de los cauces de la lucha dentro de las instituciones civilizadas y nos llevó a dirimir en crueles y destructivas contiendas las diferencias que han debido vencerse y resolverse a través del empeño creador de nuestro pueblo, que en más de una ocasión ha dado testimonio de su inmensa capacidad para asimilar y fomentar todo lo que sirve para exaltar el espíritu humano²⁴.
Pero la arbitrariedad autocrática, la destrucción, y el odio político no son las únicas constantes de nuestra historia. Encontramos también en ella una lucha entre dos tradiciones. Frente a la tradición caudillista, también ha existido una “tradición civil que se ha visto siempre renacer a través del combate contra las tiranías, [una] tradición civil que ha consignado los anhelos de organización digna y legítima del pueblo venezolano…”²⁵. Contra quienes han sostenido que el pueblo de Venezuela solopuede ser gobernado por el látigo dominante del tirano, respondía Caldera que “en el fondo de la voluntad nacional, desnaturalizada por los abusos y tropelías de los ‘gendarmes necesarios’, late un anhelo de libertad, de dignidad humana, dispuesto a retoñar cada vez que se abría una tenue rendija en la oscuridad de la opresión”²⁶. Frente a las tiranías, siempre ha tenido Venezuela una tradición civil empeñada en sembrar en el ánimo colectivo “un sentimiento fundamental para conquistar el porvenir: la negación del odio, el propósito de entendimiento, la conciliación indispensable para fundar las bases de una Venezuela mejor”²⁷. La experiencia histórica del país, explicaba Caldera, abre una luz de esperanza al enseñarnos que “las dictaduras nunca han sido capaces de sostenerse pacificamente, logrando la adhesion de los pueblos; y que aún aquellas que a través de estímulos constantes y mediante la utilización de todos los trucos imaginados por la técnica de la propaganda han tenido a sus pueblos en tensión permanente, no han sido capaces de lograr una firme adhesion mayoritaria, ni mucho menos han logrado sostenerse sin el apoyo de una costosa y radicalizada organización militar”²⁸. Y es que, insistía Caldera, “por largas que hayan sido las dictaduras, por absoluto y férreo que sea el modo de ejercer el mando, al consultarse la voluntad del pueblo, éste se inclina una y otra vez, de una manera clara y neta, en favor de la libertad y de la democracia”²⁹. Reconocer esta lección de esperanza, este bien al que también apunta nuestra historia, es tan imprescindible como constatar los enormes obstáculos en el camino de Venezuela a la libertad.
Esta perspectiva histórica debe ayudarnos a comprender mejor la realidad presente. En primer lugar, comprobamos que la arbitrariedad, el afán de destrucción y el uso del odio para dividir al país, como rasgos básicos del régimen, se insertan en una larga tradición de dictaduras y gobiernos autocráticos. Es doloroso pero necesario reconocer que la Revolución Bolivariana no es un accidente en la historia del país, sino un proceso con profundas raíces en nuestro desarrollo como nación. Esta misma perspectiva histórica debe además ayudarnos a reconocer que el hecho verdaderamente único en nuestro devenir como pueblo ha sido la experiencia democrática que comenzó en Venezuela en el año de 1958 y que se prolongó por un período de cuatro décadas. La libertad política, que por más de siglo y medio luego de lograda nuestra independencia fue solouna esperanza, y nunca capaz de prevalecer frente a las dicataduras, logro al fin establecerse y consolidarse durante un periodo de tiempo considerable. Luego de lograda nuestra independencia como nación soberana, la república civil fue la primera victoria de la libertad en nuestra historia. Por primera vez, la libertad pasó de ser un anhelo en el corazón del pueblo para convertirse en experiencia real: “Después de siglo y medio perdidos entre marchas y contramarchas, en el juego de a violencia para resolver las diferencias, y la ambición personal y despótica de los más audaces para arrogarse la conducción de los destinos nacionales, pudo demostrarse que el pueblo de Venezuela es apto para vivir en libertad, para gobernarse a sí mismo y para reconquistar su destino por su propia voluntad”³⁰.
Al contrastar los dos últimos períodos en nuestro desarrollo político, el que va desde 1958 a 1999, y el transcurrido desde aquel año hasta el presente, la Revolución Bolivariana se nos muestra entonces “vieja” por todos los vicios que repite, mientras “nueva” una república civil sin precedentes en nuestra historia. Este hecho es de enorme trascendencia para nuestra lucha por la libertad. La generación que logró establecer una república civil, como tambien habra de hacerlo la generacion actual, llego a la democracia “por el camino del dolor”³¹. Una vía de dolor que, como ocurre hoy, también enfrentó arbitrariedad, soberbia, represión, destrucción y odio. Resulta insensato, por tanto, ignorar su testimonio y desconocer las bases sobre las cuales alcanzaron prevalecer en la lucha. Es necesario, advertía Caldera, que “las nuevas generaciones preocupadas por el destino de su Patria, tomen conocimiento del proceso que sirvió de base y fundamento… a la institucionalidad democrática por voluntad de nuestro pueblo”³², de manera que puedan “valorizar mejor el esfuerzo de entendimiento nacional, de armonía entre antiguos contendientes, de suma de voluntades que fue el signo inicial de la democracia venezolana”³³. El camino emprendido por la única generación en Venezuela que logró derrotar a la tradición caudillista e instaurar un sistema democrático estable que respondiera al anhelo del pueblo de buscar su porvenir en libertad es la más valiosa lección que nuestra historia ofrece a quienes hoy corresponde prevalecer frente a una nueva tiranía.
Más allá de la destrucción totalitaria
Retomar el rumbo en este esfuerzo de anamnesis supone entonces re-encontrarnos con los principios y valores en torno a los cuales se unió la nación durante la república civil. La unidad nacional que animaba al llamado “espíritu del 23 de enero” exigía el compromiso de todas las fuerzas políticas a ver más allá de sus respectivas posiciones para converger en el conjunto de principios –verdades– que debían servir como fundamento común e incontrovertido de la democracia venezolana. Este espíritu del 23 de enero, explicaba Caldera, “fue, en momentos calamitosos pero apasionantes, un movimiento de unidad dentro de la pluralidad, de convergencia en medio de las divergencias, de propósito común para enfrentar el peligro de la vuelta al pasado o al naufragio de nobles intenciones en medio de las asechanzas de la barbarie”³⁴. Cada cual promovería sus valores y visión de país, pero ninguna fuerza política desconocería, por ejemplo, que nunca un proyecto político puede estar por encima del ser humano pues la política está llamada a servir al hombre, que la dignidad humana es punto de partida de la política, que la libertad es indispensable para un auténtico desarrollo de la persona humana, y que la justicia social es requisito fundamental del bien común.
Como se explicó en la Exposición de Motivos del proyecto de Constitución que la Comisión Bicameral presentó a las Cámaras Legislativas en 1961, “se [mantuvo] en todo instante el propósito de redactar un texto fundamental que no representara los puntos de vista parciales, sino aquellos principios básicos de la vida política nacional en las cuales podía haber y existía convergencia de pensamientos y de opiniones en la inmensa mayoría, quizás podríamos decir, en la totalidad de los venezolanos”. Por ello, Caldera afirmaba que el concepto de mayor trascendencia en la Constitución era el del “consenso necesario para que la democracia pluralista se afiance y fotalezca, en medio de la controversia incesante que su misma estructura dialéctica fomenta entre las distintas fuerzas políticas… Ese consenso hay que cuidarlo; cuando se pierde, hay que restablecerlo. Hay que buscarlo y enriquecerlo a través del diálogo, que supone la disposición a escuchar, la inclinación a valorar y aceptar todo aquello –sea cual fuere el sector de que provenga- que contribuya al beneficio colectivo y a la satisfaccion de los mas altos intereses nacionales»³⁵. Entendian entonces los fundadores de la república civil que la Constitución debía ser de todos y para todos los venezolanos pues, como lo explica Juan Carlos Rey:
«El hecho de que una cierta mayoría numérica apruebe formalmente una Constitución no garantizará la existencia de un verdadero orden político constitucional, si su contenido no es conocido y aceptado por una importante parte de la ciudadanía, que debería superar, en mucho, la simple mayoría. Y aquí parece oportuno recordar que la totalidad de los grandes teóricos jusnaturalistas, desde Hobbes a Rousseau, consideraban que para la legitimidad de una decisión fundamental, como lo es la aprobación del contrato social original, no bastaba con el voto favorable de la mayoría de los ciudadanos, sino que se requería la unanimidad»³⁶.
Así, los principios doctrinales de la Constitución de 1961, recogidos en su preámbulo, constituyeron la espina dorsal de un ordenamiento jurídico llamado a “guardar el terreno dentro del cual se confrontaran los diferentes criterios y se sumaran las aportaciones positivas. Solo con la solemne adhesión de todas las fuerzas democráticas a los principios que sirven de fundamento a una democracia plural” añadía Caldera, “podía lucharse contra lo más ominoso del pasado, contra los resabios del asalto y del aventurerismo”³⁷.
Al considerar el alcance espiritual de la destrucción totalitaria, se dijo al principio de este ensayo que la reconstitución del ethos de la nación podría ser una tarea incluso más ardua que la inmensa labor de reconstrucción material. Ello es así pues re-en- contrar las verdades que dan sustento a la democracia supone no solodesterrar la distorsión totalitaria de la moral en el alma de la nación sino además confrontar una realidad cultural que va mucho más allá de nuestras fronteras. Se trata de la concepcion relativista de la democracia que ha logrado constituirse en el Weltanschauung de nuestros tiempos. El concepto moderno de democracia parece estar indisolublemente unido con el relativismo, que se presenta como la verdadera garantía de la libertad”³⁸. En este contexto, se acusa de contrario a la democracia toda apelación a la verdad, pues ésta ya no sería un bien público, sino un bien exclusivamente privado. La posición relativista radical aparta de la política los conceptos de bien y de verdad por considerarlos perjudiciales para la libertad. La democracia se concibe entonces de manera puramente formal: como un entramado de reglas que hace posible la formación de mayorías y la transmisión y alternancia del poder³⁹.
Pero “una auténtica democracia”, insistía el Papa Juan Pablo II, “no es solo el resultado de un respeto formal a las reglas, sino que es el fruto de la aceptación convencida de los valores que inspiran los procedimientos democráticos: la dignidad de toda persona, el respeto de los derechos del hombre, la asunción del bien común como fin y criterio regulador de la vida politica». Al quebrarse el consenso general sobre estos valores, se compromete gravemente la estabilidad de la democracia pues al no haber verdades sobre lo humano que orienten y guíen la acción política, “las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas facilmente para fines de poder», con lo cual la democracia puede convertirse “en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia”⁴⁰. Y es que, regresando al Papa Emérito Benedicto XVI, la verdad no es un producto de la política (del veredicto de la mayoría, por ejemplo) sino que la procede e ilumina: “no es la praxis la que crea la verdad, sino la verdad la que hace posible la praxis correcta. La política es justa y promueve la libertad cuando sirve a un sistema de verdades y derechos que la razón muestra al hombre”⁴¹. En este esfuerzo de anamnesis para re-encontrarnos
como nación, no podemos evadir las preguntas que Benedicto XVI formula a las democracias, así como tampoco la respuesta que ofrece:
«¿No es preciso que exista un núcleo no relativista también en la democracia? ¿No se ha construido la democracia en última instancia para garantizar los derechos humanos, que son inviolables? ¿No es la garantía y aseguramiento de los derechos del hombre la razón más profunda de la necesidad de la democracia? Los derechos humanos no están sujetos al mandamiento del pluralismo y la tolerancia, sino que son el contenido de la tolerancia y la libertad… Eso significa que un nucleo de verdad -a saber, de verdad etica- parece ser irrenunciable precisamente para la democracia⁴².
El totalitarismo de la Revolución Bolivariana ha llevado al país a lo más oscuro de su pasado, a una miseria y desolación quizás hasta peor de la que sufrió el país durante los años de la Guerra Federal en el siglo XIX. Sin embargo, si en el esfuerzo de reconstrucción la nación venezolana es capaz de vencer la presión relativista y re-encontrar el fundamento moral de la democracia como forma de vida, podría Venezuela, una vez más en su historia, ser vanguardia en América Latina. Como ya lo hizo en la lucha por la Independencia, podría Venezuela despejar el camino a la libertad señalando a países hermanos, cuyas democracias sucumben al relativismo, el rumbo futuro que habrán de emprender para evitar ser víctimas de la amenaza totalitaria que se cierne sobre todo el hemisferio de manera cada vez más ominosa.
1 Hannah Arendt, The Origins of Totalitarianism (New York: Schocken, 2004), 567.
2 Eric Voegelin, (Chicago: The University of Chicago Press, 1987), 108-89. Ver también, Science, Politics and Gnosticism (Washington D.C.: Regnery Gateway, 1968), 13-49.
3 Además de su célebre obra The Origins of Totalitarianism, ver también “Ideology and Terror: A Novel Form of Government”, en The Review of Politics 15, no 3 (Julio, 1953): 303-27.
4 Manuel Garcia Pelayo. «El reino feliz de los tiempos finales», revista de Ciencias Sociales 2 (1958): 157-87.
5 Karl Jaspers, “The Fight against Totalitarianism”, en Philosophy and the World – Selected Essays (Washington D.C.: Gateway Editions, 1963), 68-87
6 Albert Camus, The Rebel (Nueva York: Vintage Books, 1991).
7 Hermann Rauschning, The Revolution of Nihilism (Nueva York: Longmans,Green & Co., 1939).
8 Rauschning, 23.
9 Ibíd., 51. Tal y como lo explica Juan Carlos Rey, “para Chávez, su revolución, a diferencia de las clásicas revoluciones que se han dado en América latina, es un proceso continuo y progresivo, que se desarrolla indefinidamente en el tiempo. Utilizando la expresión de Trotsky ha dicho que se trata de una “Revolución permanente”, en la cual el poder constituyente originario –esto es, el poder revolucionario– está permanentemente activo”. “Mito y Política: el caso de Chávez en Venezuela”, en J. C. Rey y G. T. Aveledo, Actualidad de las formas irracionales de integración política, Cuadernos del Centenario 3 (Caracas: Fundación Manuel García Pelayo, 2009), 19.
10 Ver Václav Havel, “The Power of the Powerless”, en Open Letters, ed. Paul Wilson (Nueva York: Vintage Books, 1991), 134-35.
11 Arendt, Origins of Totalitarianism, 303
12 Graciela Soriano de García-Pelayo explica que “la irrupción e instalación descarada en Venezuela de una racionalidad revolucionaria perfectamente “racional” (si se me permite la redundancia)… ha sido extraña y distinta a la visión cristiana y liberal de la vida en la que nuestras sociedades hispanoamericanas (excepción hecha de Cuba desde mediados del siglo XX) se han movido hasta ahora. Se trata de una racionalidad medios a fines que solose atiene al exito de la revolucion fuera de cualquier otra consideración ética o moral “no revolucionarias”. “La responsabilidad irresponsable”, Claves de Razón Práctica 196 (Madrid, octubre 2009), 5.
13 Joseph Ratzinger, Verdad, valores, poder (Madrid: Rialp, 1998), 54.
14 Ibíd., 54-55.
15 Horst Osterheld, “El político: documentación de una vida”, en Terence Prittie, Horst Osternheld y François Seydoux, Konrad Adenauer (Stuttgart: Bonn&Aktuell, 1983), 86.
16 Konrad Adenauer, Memoirs 1945-53 (Chicago, Henry Regnery Company, 1966), 38-39.
17 Konrad Adenauer, (Madrid: Encuentro, 2014), 29.
18 Osterheld, 87.
19 Adenauer, Memoirs 1945-53, 41.
20 Este es un tema recurrente en el discurso político de Martin Luther King. Ver, por ejemplo, “Letter from Birmingham Jail” en Martin Luther King, Autobiography (Nueva York: Warner Books, 1998), 187-204.
21 Ratzinger, 39.
22 “El Drama de Venezuela y el Mito de Sísifo”, Folleto (Caracas: Fracción Parlamentaria de COPEI, 1984), 15.
23 (Caracas: Libros Marcados, 2008), 158.
24 «El presitigo del parlamento», discurso del presidente Rafael Caldera en la instalación de la 106a reunión del Consejo de Caracas, 14 de abril de 1971, en Rafael Caldera, Parlamento Mundial – Una voz latinoamericana (Caracas: Ediciones del Congreso de la República, 1984), 24-25.
25 Intervención de Rafael Caldera en la primera discusión del proyecto de Constitución Nacional, en la sesión de la Asamblea Constituyente del día 11 de febrero de 1947 en Gobierno y época de la Junta Revolucionaria, Colec- ción Pensamiento Político Venezolano del Siglo XX, 54 (Caracas: Congreso de la República, 1989), 177-78.
26 Caldera, , 113
27 Ídem.
28 “La libertad política, condición esencial del desarrollo”, en Ideario – La democracia cristiana en América Latina (Barcelona: Ediciones Ariel, 1970), 119-20
29 “Perspectivas de la democracia en América Latina” en Parlamento Mundial -una voz latinoamericana, 104
30 Caldera, 129
31 “Del mismo sufrimiento y la misma esperanza” en El bloque latinoamericano (Mérida: Universidad de los andes, 1966), 86. La expresión completa de Caldera dice: “Hemos venido de nuevo al ejercicio democrático y hemos llegado a el por el camino del dolor».
32 “Una aventura llamada COPEI”, folleto (Caracas: Publicaciones del Partido Socialcristiano COPEI, 1981), 14
33 Ibíd., 13
34 “El espíritu del 23 de enero”, folleto (Caracas: Imprenta del Congreso de la República, 1989), 17.
35 “A 15 años de la Constitución Venezolana”, folleto (Caracas; Ediciones del Congreso de la República, 1976), 25.
36 Ver “Constitución y Poder Constituyente en el proyecto político de Hugo Chávez”, SIC LXX, No 697 (agosto 2007): 307-316
37 «Discurso de Rafael Caldera en el acto solemne de la firma de la constitucion el 23 de enero de 1961» (Caracas: Imprenta nacional, 1961) 10-11
38 Ratzinger, 84
39 Ibíd., 84-85
40 Juan Pablo II, Centesimus annus, n. 46
41 Ratzinger, 86.
42 Ibíd., 84-85 (énfasis nuestro).
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