China en la crisis democrática latinoamericana – Juan Pablo Cardenal

China en la crisis democrática latinoamericana – Juan Pablo Cardenal

China en la crisis democrática latinoamericana

    Juan Pablo Cardenal

La democracia está en continuo retroceso en América Latina. Esta es la preocupante conclusión que se deduce de los datos que arroja el informe Latinobarómetro de 2023, que revela que la democracia como sistema político es respaldada únicamente por el 48% de los ciudadanos de la región, 15 puntos porcentuales menos que en 2010. En la misma línea, un 28% considera que «da lo mismo» que el régimen sea democrático o no; y un hipotético régimen no democrático pero que «resuelva los problemas» recibiría un apoyo del 54% de los latinoamericanos.¹
Parece obvio que gran parte de este descontento se explica por los efectos devastadores de las crisis económicas y la corrupción. También, desde luego, por la erosión que las élites han provocado en el funcionamiento de las instituciones. Por si fuera poco, el retroceso democrático de la última década y media en América Latina coincide con la consolidación de la presencia de China en el continente. Aunque no sería riguroso vincular el citado deterioro exclusivamente a China, la influencia autoritaria de un país tan poderoso económicamente parece fuera de discusión. 
El gigante asiático es un jugador económico principal en la región. Desde su entrada en la Organización Mundial del Comercio, en 2001, el comercio bilateral ha pasado de mover 14.600 millones de dólares a 450.000 millones. En apenas dos décadas, China se ha convertido en el primer o segundo socio comercial de la gran mayoría de países latinoamericanos, con especial incidencia en Sudamérica. En el mismo periodo invirtió 172.000 millones, construyó unas 200 grandes infraestructuras y concedió préstamos por valor de 209.000 millones, o en torno a una cuarta parte de sus préstamos globales. 
Este poderío concede al país asiático una influencia política colosal. Muchos países sudamericanos se subieron a la ola del «milagro chino» a mediados de la década de 2000, lo que llevó a los PIB regionales a crecer a ritmos de dos dígitos impulsados por la demanda china y el súper ciclo de los precios de las commodities. Desde entonces, China no sólo es el principal destino de las exportaciones latinoamericanas de recursos naturales, que dan a los gobiernos cuantiosos ingresos fiscales, sino que además pone sobre la mesa una carta ganadora: la construcción de infraestructuras con financiación china.      
Bajo ese esquema se cimentó buena parte de la presencia china en la región. Fue especialmente el caso de Ecuador, Argentina y Venezuela durante los mandatos de Correa, Kirchner y Chávez en tres de las llamadas electo-dictaduras bolivarianas de la época. Los beneficios para esos tres países, así como para Brasil, Perú o Chile, han sido innegables incluso pese a que en el diagnóstico suelen minimizarse los efectos más nocivos de la relación: desde las dependencias comerciales y financieras que se han generado, hasta el impacto medioambiental, laboral y social de muchos proyectos chinos, pasando por la ausencia de transparencia o la corrupción.      
En medio de una asimetría evidente en favor de Pekín, y de un exiguo conocimiento sobre China, sus instituciones y capitalismo de Estado, cala entre las élites políticas y económicas latinoamericanas la idea de que su desarrollo y prosperidad futuros están estrechamente vinculados a China. A la percepción de que ésta es fuente de oportunidades que otros no pueden ofrecer contribuye la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, en su acrónimo en inglés), el proyecto insignia de la diplomacia de Xi Jinping que plantea la integración global de China a través de infraestructuras terrestres y marítimas en Asia Central, Europa, África y América Latina, la mayoría financiadas por Pekín. 
Al llamado «proyecto del siglo» de la propaganda comunista se han adherido 22 países de América Latina. Aunque ha perdido pegada económica por la insostenibilidad de la deuda china y el nuevo mundo geopolítico salido de la pandemia, el BRI es útil para Pekín en tanto que le permite ejercer influencia internacional, construir su liderazgo global y alcanzar sus objetivos geopolíticos. Los cantos de sirena comerciales chinos han seducido a los cinco países centroamericanos (Panamá, Nicaragua, República Dominicana, Honduras y El Salvador) que, desde 2017, han roto relaciones diplomáticas con Taiwán, isla independiente de facto cuya soberanía China reclama.     
Pekín mata –con ello– dos pájaros de un tiro. Por un lado, intensifica el aislamiento diplomático de Taiwán y pone bajo presión al Partido Demócrata Progresista taiwanés, en el poder desde 2016, contrario a la integración con China y enemigo declarado de Pekín. Por otro, irrumpe y clava su bandera en Centroamérica, tradicional bastión de Estados Unidos. Las cancillerías de esos cinco países justifican el giro diplomático con la misma coartada que adujo el expresidente costarricense Óscar Arias cuando –en 2007– decidió romper con Taiwán: «no se puede vivir de espaldas a China». 
Pero, más allá de los supuestos réditos de la realpolitik, con este cambio diplomático también han quedado expuestos. No sólo pierden a un aliado cuya democracia es modélica en Asia, sino que en la misma jugada corren el riesgo de verse arrastrados –por la vía de los hechos– a la órbita de un país autoritario como China. Hay varios ejemplos. El último es Honduras, echada en brazos del gigante luego de romper con la «isla rebelde» en 2023. Otro es Nicaragua. Maniobró el año pasado para expulsar a Taiwán como país observador en el Parlamento Centroamericano, un estatus que ahora disfruta Pekín. El régimen de Ortega justificó la expulsión de Taiwán por ser «una base militar yanqui».
No es la primera vez que los países más autoritarios de América Latina se alían con China para erosionar las instituciones democráticas. A cambio de oportunidades económicas y protección diplomática, de forma recurrente rinden pleitesía a Pekín en la Asamblea General de la ONU. Así, en las resoluciones votadas desde 2021, tanto en materia de valores y derechos humanos como de comercio y sanciones económicas, Nicaragua, Venezuela y Cuba se alinean sistemáticamente en contra de la posición de Estados Unidos y casi siempre a favor de la de China.²
Especialmente significativo fue que, en 2022, Cuba, Venezuela y Bolivia se alinearan con China y frustraran con su voto el debate en el Consejo de Derechos Humanos sobre la represión de Pekín contra la minoría uigur. La citada alianza autoritaria regional, apadrinada por China y en la que es obligado incluir también a Rusia, se explica por una mezcla de factores: urgencias económicas por el lado latinoamericano, afinidad ideológica, animosidad contra Estados Unidos y aislamiento del mundo occidental. Las consecuencias de esta cercanía son perfectamente visibles.
No sorprende, por tanto, que Venezuela haya utilizado armas y vehículos chinos para reprimir protestas sociales, ni que China ayudase en el desarrollo del sistema de identificación del ‘carné de la Patria’ de Maduro, un sofisticado ejemplo de autoritarismo digital.³ Tanto Venezuela como Bolivia son compradores de armamento chino, mientras Pekín estaría operando instalaciones militares y de espionaje desde hace años en Cuba, con quien estaría negociando también una base militar conjunta. Con Nicaragua la pretensión es construir un puerto de aguas profundas que podría servir como enclave naval.⁴
Ahora bien, China no sólo brinda apoyo económico y político a las autocracias. También corteja a las democracias latinoamericanas a través del fortalecimiento de los lazos económicos y de su estrategia de poder incisivo, la versión autoritaria del poder blando. Esta diplomacia silenciosa sirve a Pekín para estrechar vínculos institucionales por toda la región, desde think-tanks y universidades a partidos políticos y medios de comunicación. A ello suma una ambiciosa oferta de becas y capacitaciones para periodistas, políticos o funcionarios, así como un programa de captación de las élites locales destinado a atraer a su causa a una red de aliados influyentes en cada país.
La relación con estos interlocutores de prestigio suele iniciarse con una invitación para visitar China con todos los gastos pagados. Disfrazados de capacitaciones, esos viajes no pretenden otra cosa que exponerlos a la propaganda del régimen. Según Javier Miranda, presidente del Frente Amplio de Uruguay y aliado tradicional del Partido Comunista chino (PCCh), esas visitas «permiten comprender la construcción de un pueblo» y que «el PCCh es un partido confiable». Otro visitante, el diputado y expresidente del Partido Justicialista argentino, José Luís Gioja, llegó incluso más lejos al asegurar que «China es una democracia a su estilo». 
No se trata sólo de pleitesía. Establecida la relación, China presiona. Caso célebre fue el del exembajador chino en Chile, Xu Bu, conocido por sus enfrentamientos dialécticos con todo político que criticase a China. En el país sudamericano quedó también registrada la firmeza con la que actúa el país comunista cuando las cosas no discurren por el rumbo deseado. Miembros del grupo de amistad con China del Parlamento chileno, partícipes del «turismo parlamentario a China», fueron presionados por la embajada china para para que se abstuvieran o ausentaran en una resolución contra China por la situación en Hong Kong. «Esta diplomacia busca neutralizar las voces disidentes y ha tenido éxito», advirtió en su día el congresista Jaime Naranjo.⁵
En el ámbito interpartidista, el PCCh mantuvo entre 2002 y 2020 nada menos que 326 encuentros con formaciones políticas y legisladores de los parlamentos latinoamericanos. Tras la pandemia, se vinculó también con la llamada galaxia rosa: actores, instituciones y asociaciones de izquierda que, con el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla a la cabeza, «trabajan activamente para socavar los principios democráticos liberales».⁶ La presencia de los líderes comunistas chinos en las reuniones de los cabecillas de la ultraizquierda latinoamericana, la mayoría con responsabilidades de gobierno presentes o pasadas y con indudable influencia en su espacio político, permite a ambos unirse contra el enemigo común: Estados Unidos.  
Semejante despliegue de recursos financieros y humanos, en un esfuerzo coral en el que participan el PCCh, los órganos del Estado y otros organismos y entidades más periféricos en la estructura del Partido-Estado, sirve al propósito de recabar legitimidades, gestionar a individuos e instituciones influyentes o tener cercanía con las personas que toman las decisiones. Y para monopolizar el discurso sobre la China actual. Una narrativa que resalta los beneficios de la cooperación con China y silencia los aspectos más controvertidos. Se explica así la ausencia de análisis crítico en muchos ámbitos de América Latina en cuanto a los derroteros por los que debe discurrir la relación con la potencia asiática.
Y no sólo eso. La creciente legitimidad del régimen chino en América Latina acontece en medio de la deriva autoritaria de Xi Jinping y en un contexto de abierta hostilidad ideológica contra Occidente y su sistema político basado en la libertad y en los valores democráticos universales. Pekín no sólo promueve la equivalencia moral de su modelo con respecto a las democracias. También alude a su mayor eficacia, a la supuesta erradicación de la pobreza extrema o a su exitosa transición desde el maoísmo hacia el capitalismo rojo para difundir la idea de que su modelo no sólo es el idóneo para China, sino que es además superior al occidental. 
Esta visión edulcorada de China cuenta en América Latina con una audiencia fiel. Aunque parece obvio que un modelo más eficaz no implica forzosamente que sea mejor, no faltan voces en la región que ven a China como un modelo a seguir; quizá no necesariamente para importarlo, pero sí como inspiración en tanto que es el ejemplo que mejor demuestra que el desarrollo sin democracia es posible. El experiodista australiano y experto en influencia exterior china, John Garnaut, advertía en un reciente artículo en The Wire China que un desafío al que se enfrenta el mundo es que el proyecto de control ideológico total de Xi Jinping no se detiene en las fronteras de China.⁷
Dicho proyecto ideológico, asegura Garnaut, «viaja empaquetado con los estudiantes chinos, con los turistas, con los emigrantes y, sobre todo, con el dinero. Fluye también a través de los canales de Internet en mandarín, se introduce en los principales medios de comunicación y espacios culturales del mundo y, en general, va al compás de los intereses cada vez más globales de China». Que Australia o Canadá, países de enorme tradición comercial y migratoria con el país asiático, se decidieran restringir su relación con China por la alta infiltración china en distintos ámbitos sociales, debería ser motivo de reflexión en América Latina, donde –como se ha apuntado más arriba– el nivel de conocimiento sobre la lógica de China es muy inferior.
En este contexto, la palabra mágica de Pekín para seducir al ‘sur global’ y ampliar su esfera de autoridad e influir en la gobernanza mundial es «multilateralismo». Por ello, además de su vertiente económica, la acción del BRI se ha preocupado de reforzar la idea de China como alternativa de poder, abogando por el multilateralismo y buscando posicionarse como el principal aliado para desarrollar el ‘sur global’, muchas veces como contrapeso a los intereses de Estados Unidos y del mundo occidental. Su interés por ampliar el club de los BRICS a Argentina (durante el mandato de Alberto Fernández) y, eventualmente, Venezuela, tienen el mismo fin: influir en las reglas que rigen el mundo.
El ’sur global’, en especial América Latina, es clave para Pekín: suministra los recursos naturales que la economía china necesita; protege a China y a los Estados autocráticos amigos de las sanciones occidentales; sirve de apoyo para ejercer presión política a nivel mundial y establecer una coalición antiestadounidense para la creación de un sistema internacional liderado por China. Su principal aliado en América Latina en favor de una posición global «no alineada y no intervencionista» es, precisamente, su principal socio comercial en la región: Brasil. No faltan voces críticas que creen que la creciente influencia económica y política de Pekín «socava la estabilidad democrática» en Brasil.⁸   
Sin embargo, la idea de China como garante de un orden mundial más justo y multilateral, así como las llamadas a la «desdolarización» de las relaciones económicas para quebrar el dominio internacional del dólar, aunque tiene en América Latina fervientes valedores, se topa con la realidad de los hechos. Para los críticos el eslogan del multilateralismo encierra en el caso de China una pretensión perversa: Pekín no pretendería construir un orden internacional para hacerlo necesariamente más justo, como difunde la propaganda oficial, sino para influir en él al objeto de hacerlo más seguro para sus intereses. 
El matiz es importante. Ese orden internacional nuevo se articularía alrededor de una unidad de naciones económicamente dependientes de China y, por tanto, subordinadas a ella. En el actual contexto de desglobalización, en medio de la hostilidad ideológica entre autocracias y democracias, y con más de dos décadas de presencia china en América Latina que dejan una visión de campo llena de claroscuros, el poderío de China en una región culturalmente occidentalizada no garantiza por sí solo su hegemonía futura. 
A la vez que asoman críticos implacables de China como Milei o en su día Bolsonaro, incluso gobiernos de izquierdas como los de Boric, Petro o López Obrador optan por jugar la carta del pragmatismo en la rivalidad actual entre Estados Unidos y China. Y, en esa batalla, no está en absoluto escrito que Estados Unidos vaya a verse desplazado.

 

Referencias Bibliográficas

  1. Informe Latinobarómetro 2023. Las conclusiones del informe se basa en la encuesta a 19.205 personas de 17 países de América Latina, todos excepto Nicaragua y Cuba. https://www.latinobarometro.org/lat.jsp
  2. Ernesto Talvi, “La geopolítica de América Latina ante la rivalidad EEUU-China: del relato a los datos.” Real Instituto Elcano, Madrid, 6 de febrero de 2024. https://www.realinstitutoelcano.org/analisis/la-geopolitica-de-america-latina-ante-la-rivalidad-eeuu-china-del-relato-a-los-datos/

  3. Ryan Berg y Henry Ziemer, “Exporting Autocracy: China’s Role in Democratic Backsliding in Latin America and the Caribbean, ” Center for Strategic and International Studies, febrero de 2024, https://www.csis.org/analysis/exporting-autocracy
  4. Kelly Piazza, Cadet Max Lasco, et al., “China–Latin America Alignment and Democratic Backsliding: Gaining Traction for a Chinese-Led World Order” Journal of Indo-Pacific Affairs, Air University, Alabama, 5 de octubre de 2023, https://www.airuniversity.af.edu/JIPA/Display/Article/3540688/chinalatin-america-alignment-and-democratic-backsliding-gaining-traction-for-a/

  5. Juan Pablo Cardenal, “El Arte de Hacer Amigos: Cómo el Partido Comunista chino seduce a los partidos políticos en América Latina,” Fundación Konrad Adenauer, Montevideo, 2021, https://dialogopolitico.org/wp content/uploads/2021/02/DP-Enfoque.-Cardenal.-2021.-El-arte-de-hacer-amigos.pdf

  6. Sebastian Grundberger, “La galaxia rosa. Cómo el Foro de São Paulo, el Grupo de Puebla y sus aliados internacionales socavan la democracia en América Latina,” Fundación Konrad Adenauer, Montevideo, 2024. https://dialogopolitico.org/libros/la-galaxia-rosa/
  7. Katrina Northrop, “The China Whisperer”, The Wire China (7 de abril de 2024). https://www.thewirechina.com/2024/04/07/the-china-whisperer-john-garnaut/

  8. “China–Latin America Alignment…”, Op. cit.

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