Durante más de dos décadas, el chavismo ha consolidado un sistema de control basado en la censura, la persecución, el hostigamiento y la manipulación electoral. La violencia y el terrorismo de Estado contra la disidencia se han convertido en instrumentos comunes. Cientos de líderes opositores han sido encarcelados, los medios independientes clausurados, y cualquier voz crítica, acallada. En este contexto, los procesos electorales en Venezuela han estado marcados por distintos niveles de fraude. Desde que la oposición democrática ganó la Asamblea Nacional en 2015, el chavismo pasó de un autoritarismo competitivo a uno hegemónico, donde las elecciones dejaron de ser mínimamente libres, democráticas o transparentes, reflejando que la mayoría exigía libertad en lugar de adherirse a las consignas del régimen.