¿Un nuevo ciclo en las relaciones interamericanas? – Carlos A. Romero

¿Un nuevo ciclo en las relaciones interamericanas? – Carlos A. Romero

¿Un nuevo ciclo en las relaciones interamericanas?

    Carlos A. Romero

A partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se concentró en promover en América Latina y el Caribe dos objetivos. Por una parte, Washington trató de evitar que las secuelas de la competencia nuclear-militar, en un mundo bipolar que se estaba tejiendo lentamente, llegaran a la región. Por la otra, entre la mayoría de los estadounidenses había un compromiso de promover la democracia y un régimen de libertades.
En ninguno de los dos casos se contó con la virtud y la fortuna suficientes para garantizar que esos objetivos se cumplieran a cabalidad. En 1962, los soviéticos colocaron armamento y facilidades nucleares en Cuba y la Humanidad estuvo a punto de ir a la guerra total. En cuanto al deseo de impulsar y promover la causa democrática, hay suficientes ejemplos en que la Casa Blanca le dio “un cheque en blanco” a quienes no aceptaron gobiernos civiles, invocando la tradición autoritaria de la región. Fuera ya por falta de confianza, por un pesimismo teórico o por el simple deseo de emplear sus propias referencias, el agotamiento democrático en la región se impuso como norma, con la excepción de algunos ilustres y ejemplares casos.
Hoy, a más de 75 años de las detonaciones de las bombas nucleares en territorio japonés, el estado de la cuestión; vale decir, el conocimiento estadounidense sobre América Latina y el Caribe padece de los mismos males que se observaron en los años cincuenta y que más tarde fueron formulados por el profesor Charles Anderson en una frase feliz: que América Latina era “un museo viviente”; es decir que coexistían en un mismo espacio y tiempo diversas formas políticas que en su mayoría no permitían promocionar cabalmente la democracia. 
La combinación de las diversas intenciones, decisiones y consecuencias de los presidentes y secretarios de Estado, Senadores y Representantes al Congreso estadounidense, en conjunto con opinadores, analistas, periodistas y académicos fueron conformando un bloque de reflexión en Washington que trató de demostrar que, a pesar de todo, era posible proteger a las infantas democracias de sus enemigos y de evitar otras consideraciones de carácter nuclear-militar.
Ese escrutinio sobre América Latina y el Caribe llegó a manifestarse finamente sobre todo en los pasillos universitarios, en donde se desarrolló un intenso debate sobre el futuro de la región. Una de las contribuciones más importantes fue la reflexión de Phillipe Schmitter sobre que con la ecuación optimista de S.M Lipset se cometía un importante error de apreciación: que el desarrollo económico no llevaba necesariamente al desarrollo político. Schmitter se basó en Anderson para demostrar que el desarrollo en la región no podía graficarse por medio de una línea recta ascendente sino a través de una forma romboidal.
Así las cosas, la Revolución Cubana impactó sobremanera en la región y en los cuarteles, llevando de nuevo el mensaje pesimista sobre la efectividad de la democracia en nuestros países y permitiendo fortalecer de manera más sofisticada la razón de unos regímenes burocrático-autoritarios. No olvidemos que también se generó mucha simpatía por Fidel Castro y la revolución proletaria, lo que llevó a arrinconar a los experimentos democráticos. O se dudaba sobre un régimen con libertades o se categorizaba a esos experimentos como títeres del Imperialismo y la burguesía.
La Revolución Cubana recorrió una senda compleja en donde no hubo sino sombras y un resultado negativo, tal como lo observamos en nuestros días. Las democracias no avanzaron en demasía y muchas de ellas se quedaron en el juego de las formalidades y en el cotillón electoral. Los regímenes militares no florecieron como antes, pero sí se expandió una fórmula diabólica: la unión cívico-militar.
En ese momento la agenda latinoamericana y caribeña fue más allá de los temas tradicionales impulsando los mecanismos de integración económica y del comercio exterior, como una panacea y como una oportunidad para dejar atrás el cuestionado modelo económico primario exportador.
Pasaron los años y décadas y la tradición latinoamericanista en los círculos de Washington se amplió hacia los temas sociales, ambientales, de género y otros temas ahora politizados, enriqueciendo paradójicamente los estudios sobre la región. A esto hay que añadirle el impacto de la guerra en Ucrania, la cual ha colocado de nuevo en un sitial de honor el pensamiento estratégico y la visión geopolítica por encima de la agenda social. 
La guerra en Ucrania ha develado muchas cosas, pero quizás las más importantes son dos de ellas: que es posible una guerra nuclear y que la mayoría de los gobiernos involucrados son un remedo de la democracia, incluyendo a Estados Unidos de hoy. Esto es algo importante de subrayar. Pareciera que vamos entrando en un nuevo ciclo de las relaciones interamericanas, siendo ahora algo más complejo y difícil de entender, y sobre todo de pronosticar.
En este marco, aceptemos que estamos en un nuevo ciclo, pero no necesariamente virtuoso. Tanto los temas tradicionales como novedosos se dedican a cuestionar el estatus-quo-anterior y se presentan a la vez como potencialmente peligros. Basta dar un vistazo de lo que pasa adentro de lo ambiental o lo migratorio. Y eso sin profundizar en los temas militares.
Lo cierto es que la agenda interamericana global se relaciona fuertemente con los aspectos domésticos, tanto en Estados Unidos como en el resto del hemisferio occidental. Pero hay algo más. Los procesos geopolíticos perjudican el propósito de profundizar la democracia. Basta con observar lo que pasa en la Unión Europea. Su arriesgada posición intercambiable con la OTAN ha promovido el retiro parcial del compromiso democrático y ha posibilitado la tolerancia a gobiernos francamente autoritarios.
Adicionalmente, hay que incluir en la agenda de trabajo y como testimonio de los cambios que se observan, los relatos sobre el poder que cada día adquiere la forma de lo que llamamos “la realidad ilegal” constituida esta por las actividades del narcotráfico, la violencia paramilitar, la presencia de bandas armadas y del movimiento guerrillero, más el contrabando de bienes y servicios y de personas.
A la par de estas consideraciones, está presente la discusión sobre el modelo de desarrollo a seguir, dadas las contradicciones que se dan entre un modelo ideal industrial y de servicios y la constante tentación de profundizar un modelo primario exportador basado en la explotación de petróleo y gas, en los “nuevos materiales y en las tierras raras”. 
Dicho esto, ¿qué pronosticamos puede darse ante tal confusión teórica de nuestros días? En primer lugar, hay que llamar la atención sobre que ninguna teoría puede abarcar toda la complejidad que se presenta de forma irregular. En segundo lugar, que hay una serie de vasos comunicantes entre los factores internacionales y los factores domésticos en el transcurrir de los acontecimientos globales. 
En tercer lugar, el monopolio de la violencia legitima y de la institucionalidad estatal han dado paso a una multiplicación de actores multilaterales y transnacionales que están retando el poder Estatal. En el caso multilateral uno ve con asombro como los organismos de la Unión Europea, en el marco de la guerra en Ucrania, han asumido de hecho competencias que eran de la potestad de los Estados miembros. En los casos transnacionales, es importante destacar la guerra en Gaza en donde una organización paramilitar y no institucional (Hamás) está retando al estado de Israel y el caso de Haití, en donde un Estado disminuido confronta la violencia de grupos ilegales que dominan el 90 por ciento del territorio de esa nación.
Retomando nuestro objetivo principal en este ensayo, tal el de analizar el ciclo actual de las relaciones interamericanas, tenemos que comenzar apuntando que el tránsito de un orden internacional constituido en 1945 (que se mantuvo hasta ahora), hacia un orden que se transforma de manera acelerada, pone en duda todos los enfoques que se aplicaron durante tantos años, con el fin de analizar nuestra región y su vinculación con Estados Unidos.  
En ese contexto, se observa una “internacionalización” de la agenda regional. Con ello queremos decir que el objetivo de la Casa Blanca de “proteger” al resto de los gobiernos latinoamericanos y caribeños no se ha logrado recientemente. Las tensiones entre Estados Unidos, China y Rusia, más la propia presencia militar estadounidense a nivel internacional, conectan los temas interamericanos con la agenda mundial. Esto impacta en la región: Estados Unidos quiere reforzar sus vínculos con los países latinoamericanos y caribeños. Rusia quiere expandir su presencia. China tiene un interés económico y comercial. A esto hay que añadir el hecho del traslado de los intereses estratégicos de algunos gobiernos hacia el denso y contradictorio espacio anti-occidental. Tengamos por ejemplo a Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Al mismo tiempo, las diversas interpretaciones sobre lo qué es ahora un régimen democrático van cuestionando de manera acelerada la “perfomance” de cada caso. Por una parte, los temas nuevos como lo son los referidos al género y lo ambiental se convierten en temas críticos a la hora de evaluar la eficacia y eficiencia de las democracias en la región. Por el otro, los temas tradicionales, como los conflictos armados, las transiciones políticas, el desarrollo económico y los derechos humanos adquieren nuevas dimensiones. Entre uno y otro rosario de temas se mantienen y se expande el narcotráfico.
En términos generales, la agenda interamericana experimenta una metamorfosis, lo que nos lleva a preguntar hasta qué punto es válido emplear la “caja de herramientas” que sirvió de base para crear la noción de unas relaciones singulares. En este particular que hay que hacer un gran esfuerzo para comprender que esa singularidad ya no es válida en la actualidad y que bajo la noción de la “internacionalización”, América Latina y el Caribe pierden interés para Washington, con excepción de los temas migratorio y nuclear y el de las alianzas anti-occidentales en la región.
Desde luego que esto tiene mucho que ver con el tema interno del voto latino en Estados Unidos y la creciente discusión en Estados Unidos que se relaciona con la puesta en duda de la tesis del “melting pot”, que es criticada por una escuela de autores que piensan que -por el contrario- que en Estados Unidos se profundizan las divisiones raciales, étnicas y sociales. Por lo tanto, no hay tal integración social. Esto ha llevado a ese grupo a sostener la tesis de la heterogeneidad cultural como característica fundamental de las relaciones interamericanas.
Aparte de la internacionalización, lo interméstico de las relaciones, los nuevos temas y la revaluación del concepto de heterogeneidad cultural, es importante destacar el peso que tienen en las relaciones entre Estados Unidos y la región, la propia idea que subyace en los estudios latinoamericanos, idea que ha cambiado con el tiempo. De más está por señalar que esa visión de América Latina homogénea, relacionada con la tesis de la ecuación optimista (ver supra), dio paso a la tesis de la heterogeneidad cultural y por lo tanto abrió un abanico de posibilidades; eso sí, cargadas de insumos ideológicos.
¿Qué queremos decir con esto?… Un razonamiento muy sencillo: los factores ideológicos juegan un papel importante en las visiones que se tienen en Estados Unidos sobre el hemisferio. Factores que van desde el pensamiento liberal hasta el marxismo y diversas fórmulas “centristas”, populistas, de izquierda moderada o comunista (como es el caso de Cuba). Esto lleva a pensar que la idea sobre la región está distorsionada por ese campo ideológico y están cada día más interrelacionadas, en el sentido que son variadas las direcciones ideológicas y por ende, metodológicas.
¿Cómo vamos en el año 2024? ¿Qué se puede esperar de unas relaciones interamericanas? No es fácil contestar a esas preguntas, pero hagamos el intento. Desde el punto de vista diplomático se observa una drástica reducción de la presencia e importancia de las políticas exteriores. Ni los países más grandes de la región, como lo son Argentina, Brasil y México ni los países intermedios como Colombia y Venezuela están practicando una política activa, al igual de Cuba, cuya dimensión particular de un país frontalmente opuesto a Estados Unidos no le ha ayudado en superar sus desarreglos internos, debido a la falta de recursos financieros, de crecimiento económico, de un ascendente proceso emigratorio y de un déficit extraordinario de los servicios públicos. A esto hay que agregar la falta de espacios democráticos en la isla.
El resto de los países de la región también han reducido sus compromisos internacionales y esto va a la par de un endeudamiento externo muy alto, no sólo multilateral y bilateral sino también privado, más una creciente inflación y desde luego, la existencia de una problemática migratorio, tanto para los países exportadores como los países receptores. Recordemos que Estados Unidos es el principal centro del torbellino que significa el tema migratorio para la región y su impacto en todos los órdenes en la vida de esa nación.
Para concluir, recordemos también que todo esto afecta el desarrollo de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina y el Caribe, bajo una matriz de opinión considerablemente alta sobre que se ha perdido en forma dramática la confianza en la democracia, en los partidos, en el Estado de derecho y en las instituciones. Por otra parte, la polarización ideológica, los males eternos de la pobreza y de la desigualdad, el papel distorsionador de las remesas, más la corrupción, la deforestación y la crisis migratoria multiplican las necesidades más urgentes de una población incrédula y pegada al clientelismo que es la única red que garantiza cierta estabilidad política. Se trata también, de enfrentar una narrativa basada en el asombro que genera la Posverdad e inteligencia artificial, en cuanto manipular las redes sociales y otros instrumentos de control que reducen la libertad personal.
Esto a fin de cuentas es lo que interesa destacar: vivimos a lo largo de un nuevo ciclo de las relaciones interamericanas, pero es un proceso muy complejo y novedoso, oscilando continuamente entre la política tradicional, el poder y su control, como también el de las instituciones y el poder no tradicional, el de la gente. En esta contradicción permanente se fraguan las características de una región heterógenea.

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