Estimular el matiz es estimular el pensamiento – Héctor Torres
Descarga el artículo completo
Hasta febrero de 2004 no existían Facebook, Youtube y Twitter, creados a partir de esa fecha con una distancia de un año entre uno y otro. En veinte años, esas tres megacorporaciones cambiaron nuestra manera de comunicarnos y relacionarnos, aunque entonces no sabríamos en qué dimensión.
Twitter asomaba la posibilidad de que todos, allí donde estuviésemos, participaríamos de las discusiones públicas; y Youtube nos prometía crear contenidos audiovisuales sin la intermediación de productores y dueños de medios, que decidían quién tenía tribuna, quién aparecía en pantalla, qué consumía el público.
Se trataba de una inédita democratización del espacio público. La conversación sobre los aspectos de la vida pública a disposición de todos, sin jerarquizaciones ni filtros. Se suponía que mientras más personas opinaran públicamente, más se enriquecería cualquier discusión, que se alimentaría de tantos matices como aportes tuviese el tema.
¿Era concebible algo más democrático?
Pero si hay un oficio ingrato es el de profeta. Más cuando se profetiza lo que parece obvio. A veinte años de la revolución comunicacional que pondría la voz de todos al alcance de todos, la ciudadanía no está más informada ni la opinión pública se horizontalizó ni el mundo es más democrático.
Según la directora del Índice de Democracia de The Economist Intelligence Unit, Joan Hoey, la humanidad vive lo que llaman una prolongada recesión democrática. Un informe publicado en 2024 por esa organización (a 20 años del lanzamiento de Facebook), señala que el mundo se encuentra en un mínimo histórico desde 2006 (año en que se creó Twitter), con un valor de 5.17 de 10 en dicho índice. De 167 países analizados, solo el 7% de la población mundial vive en uno de los 25 que pueden considerarse democracias plenas.
¿Habrá alguna relación en la concurrencia temporal entre las redes sociales (que ayudarían a democratizar la discusión pública) y el auge de nuevas formas de autoritarismos? ¿Qué tan responsables pueden ser de la desinformación, la polarización y la manipulación política que han contribuido a la erosión de la democracia?
Veinte años después, si algo queda claro, es que aquella presunción de que, a mayor número de voces, mayor pluralidad en las ideas, no resultó tan obvio en la práctica. Ni que la “sociedad del conocimiento” sería la gran panacea. Y esto quizá se pueda explicar en un hecho: esas redes sociales no se crearon para profundizar la democracia y la libertad de expresión, sino para que la gente pasara el mayor tiempo posible dentro de sus límites. Sus creadores no pensaban en ciudadanos sino en usuarios. Esto es: en consumidores.
Entonces, si el objetivo era que la gente pasara el mayor tiempo posible consumiéndolas, el diseño de sus algoritmos procuraría ofrecer a cada usuario la mayor cantidad de contenidos que fuesen del agrado de su perfil (eso incluía opiniones afines). Esto, que puede estar bien para reunir a personas que sientan inclinación por películas de humor negro, o que gusten de novelas románticas en ambientes distópicos; no lo es tanto cuando se trata de discutir temas polémicos, como el aborto, el acceso de los migrantes a los servicios públicos o el matrimonio entre personas del mismo sexo, por decir algunos.
Por otra parte, crear en los usuarios el hábito de compartir solo con quienes piensan como ellos, no contribuyó a que estos ejercitasen el músculo de la tolerancia y, al contrario, los estimuló a radicalizar su opinión, como forma de salvaguardarla de quienes disientan de ella.
¿Qué ocurre cuando la gente socializa con regularidad con personas con las que suele estar de acuerdo, pero lo hace en un espacio donde otras personas que no piensan como ellos, que no conocen de nada ni tienen un mínimo de referencias comunes, están participando de las mismas conversaciones?
Un idioma común no es garantía de significados comunes.
Si a eso agregamos el surgimiento de la figura del influencer y el afán por la rentabilidad, obtenemos un espacio mucho menos democrático que el que teníamos cuando nuestro único recurso comunicacional público era la carta al director del diario o la llamada al aire en los programas de opinión en la radio.
Esa dinámica reduce el discurso al ámbito del lema. Las redes sociales han simplificado el ejercicio del pensamiento al punto de que no se puedan desarrollar ideas. Esto es, reducen la realidad a frases tan difíciles de refutar como de sostener.
La velocidad de publicación, la poca disposición a leer con detenimiento, el predominio de lo gráfico por sobre lo escrito, va configurando una opinión pública con menos opiniones propias y más proclive a sumarse a algún polo dominante en la discusión. Los matices se van adelgazando hasta desaparecer en el grueso del debate, ya que el algoritmo privilegia la participación que genera mucha actividad (la opinión polémica) o la que aglutina mayor peso. Y cuando las interacciones se polarizan y se aplanan, ¿existe la posibilidad real de opinar?
Más aún, ¿existe la posibilidad real de elegir?
Son tiempos de lemas y maniqueísmos. Ambiente perfecto que abonó el terreno para el surgimiento de líderes que manipulan la opinión pública con medias verdades, realidades distorsionadas, peligros sobredimensionados y agitación de los miedos colectivos. Tiempos en los que no se influye en los demás con una exposición convincente sino con una afirmación vehemente. Esto ha producido la insurgencia de demagogos, manipuladores y populistas que surgen luego de que las ideas políticas que daban forma al mundo entraron en crisis ante una realidad que ya no podían explicar. Tiempos de gentrificación, automatización de procesos y nuevos imperios tecnológicos en los que “derechos humanos” son una noción inexistente en la agenda de los grupos de poder, en los que la productividad y el rendimiento son los únicos medidores válidos.
Difícil sería que en ese ambiente la democracia se esté fortaleciendo. Fácil, que los poderes fácticos aprovechen esa dinámica para imponer matrices de opinión que fomenten la división y la polarización como recursos para mantener el control.
¿Cómo construir consensos (que es la razón de la política) cuando la única forma de enfrentar un discurso es armar una masa del mismo tamaño y fuerza? Eso imposibilita recoger esa suma de visiones que darían forma a una idea común. La ciudadanía queda atrapada en posiciones extremas, polarizadas y radicales, que solo benefician a quienes las promueven.
Aquí entra en juego la desinformación y la comunicación unilateral a la que el lector de redes sociales terminó por acostumbrarse. Ejemplos de ello se ven a diario. Un caso reciente es el de las extradiciones de venezolanos hacia El Salvador por parte de la administración Trump. El régimen chavista (que tiene presos sin juicio justo) tomó la bandera de la defensa de los extraditados, lo que provocó que mucha gente se ubicara en la acera del frente, sin intentar elaborar una posición sopesada. No se trataba de que estuviesen de acuerdo con las expulsiones. Ese detalle quedaba aplastado por una lógica más simple: se trataba de estar en desacuerdo con el chavismo.
Otra arista del tema fue centrar la discusión sobre si los tatuajes son identificativos de las bandas, generando una polémica que soslayó el foco del asunto. Ese expediente es muy utilizado por el poder para distraer los asuntos sustantivos en las decisiones que toman, para eludir el escrutinio público. Saben agitar a la masa, que tiene poco margen para elaborar ideas, y las ubica donde quiere.
Cada caso tiene sus consideraciones particulares. Cada ser humano es único. Pero esa noción no tiene punch en la dinámica de las redes sociales, que son fábricas de lemas que se puedan esgrimir en un tuit. Y mientras más simples, más likes reciben.
El poder suele mentir, pero en redes sociales lo hace con una intención precisa: aprovecha el desconcierto y la confusión que genera el exceso de información, para que la gente opte por no creer en nada de lo que lee. Una mentira anula la verdad. Así se vive la realidad en la llamada sociedad de la información.
Esa lógica se evidencia en el hecho de que la opinión de alguien con suficiente poder, se convierte en ley que aplasta incluso lo que señalan las propias leyes. Y a falta de una estructura institucional sólida, se convierte, de facto, en la Ley.
Twitter no es la vida pública, pero su lógica se trasladó a la vida pública. No es la realidad, pero la representa al punto de que se confunden.
La pérdida de Petare como bastión electoral del chavismo se fue dando de una forma paulatina y constante desde hace varios años. El punto de quiebre se manifestó la noche del pasado 28 de julio, cuando circularon videos de gente celebrando en sus calles tras leerse los resultados en los centros electorales de ese inmenso conglomerado urbano. Al día siguiente, de allí partió la protesta espontánea que atravesó Caracas, hasta que policías y civiles armados lograron dispersarla en la avenida Baralt, a pocas cuadras de Miraflores.
Si para la noche del 28 de julio quedaba claro que Petare estaba perdido electoralmente para el chavismo, la represión y el cerco que le montaron los días siguientes terminaron de sepultar todo apoyo de esa comunidad.
Muerto política y electoralmente entre sus habitantes, la importancia simbólica y estratégica que supone un barrio (más bien, un entramado de barrios que se comunican internamente) como Petare, llevó al régimen a plantearse la urgencia de retomarlo a como diese lugar.
Uno de los “desembarcos” de esa toma fue la cancha de Matapalo, ubicada en el barrio San Blas, epicentro de un proyecto ciudadano motorizado por la organización Uniendo voluntades, que lo convirtió en un museo de graffitis y murales al aire libre. Un día, una cuadrilla de obreros municipales llegó con la instrucción de “recuperar” la cancha, que era el orgullo de una comunidad que logró convertir un estacionamiento de camiones en un espacio deportivo de primer nivel. La cuadrilla repintó (borró) el trabajo de los vecinos y de varios muralistas llegados de muchas partes, que habían sumado su entusiasmo a una acción que no solo incluía labores de limpieza y jornadas de pintura, sino que propició la programación de talleres de cine, fotografía, literatura, cómic, entre otras disciplinas artísticas.
Este proceso, que se gestó a lo largo de varios años, produjo una valiosa cantera de creadores en el seno de esa comunidad. Frente al aplastamiento de ese maravilloso trabajo (demasiada autonomía para el gusto de gente que necesita controlar), Katy Camargo, la líder de la organización, comentó que “no nos están borrando nada. Somos agentes de cambio”.
Y no se trataba de resignación, sino de la certeza de que el propósito de ese movimiento (que los vecinos, bajo el lema “el barrio también es ciudad”, se vieran a sí mismos como ciudadanos dignos), se había logrado.
Ellos sabían que la cancha era un símbolo de todo un trabajo, pero como tal solo era una representación visible de algo ya internalizado y madurado entre sus habitantes, y por tanto imposible de colonizar: el ejercicio del pensamiento, la organización comunitaria, la decisión de vivir con dignidad, la expresión de la visión del mundo a través de la creación artística.
Otra experiencia interesante en tiempos de asfixias de espacios de diálogo es el medio digital La vida de Nos, el cual se propone asentar la historia contemporánea del país a través de la mirada de la gente común. Uno de sus postulados asevera que contar la vida es combatir la historia única. Y en ese propósito (contar la vida) ya han producido casi ochocientas historias. Ochocientos testimonios personales que cuentan la complejidad de un país desde sus matices.
La vida en común desde la diversidad de cada experiencia.
Y así, son varias las experiencias colectivas de consumo de arte que hay en la ciudad que contribuyen a combatir la imposición de la voz única. El cine al aire libre que el Circuito Gran Cine lleva a cabo en diversas comunidades, los eventos de La Poeteca, e incluso la masificación de encuentros artísticos callejeros, llevan a la gente a convivir y a respetar la visión de los otros acerca del espacio común. Cada individuo posee una realidad que merece ser escuchada porque enriquece la de los demás. De eso se trata. Pequeños ejercicios con un gran significado. Contra la historia única, la certeza de que cada mirada aporta algo al concierto de expresiones sobre la común experiencia humana. Congregarse como ejercicio de ciudadanía, de convivencia, de respeto al otro.
Estimular la creatividad y el consumo de expresiones artísticas combate la imposición del pensamiento, el maniqueísmo, la polarización; formando individuos críticos capaces de discernir y disentir desde su propia realidad acerca de los asuntos de la vida, en lugar de suscribir ciegamente discursos dominantes. Gente que se hace preguntas y que no da por absoluta ninguna respuesta; contrario a lo que promueve la discusión pública en redes sociales, donde las arengas polarizadas, maniqueas y manipuladoras se posesionan del discurso, distorsionando y empobreciendo la percepción de la realidad.
El sistema está diseñado para que la gente no pueda escoger, ergo no pueda pensar. La expresión artística es la representación de la vida vista desde adentro. Del reflejo de lo que somos, en tanto seres nacidos bajo una cultura. Propone indagaciones en torno a los valores que damos por válidos.
Acotó Joseph Campbell que la función del arte es revelar esa luz que brilla en todas las cosas. Que la hermosa organización que hay detrás de una obra bien compuesta nos recuerde el orden que hay en nuestra propia vida; un orden, vale acotar, del que nos distraemos con frecuencia en medio de la agitación cotidiana. Ver el mundo en una dimensión más amplia, nos devuelve al foco de lo que no debemos olvidar para no alienarnos.
Y lo más importante, estimula la compasión. La comprensión de que el otro es algo tan misterioso y sagrado, tan increíble e inevitable, como uno mismo. Que en el otro subyace un universo único, por lo que su mirada enriquece la nuestra. Impulsar el ejercicio y el consumo de las expresiones artísticas se vuelve un antídoto a tiempos de arengas. Modesto y sin garantías, claro está, pero de los pocos con los que cuenta la humanidad para no olvidar su condición.