Ana Teresa Torres: “En las dificultades necesitamos los lazos que nos vinculan solidariamente”

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En medio de la tempestad que sacude el alma de los venezolanos, la psicóloga, profesora y laureada escritora llama a evitar el pesimismo, destaca la importancia de la vida en comunidad y recuerda que “nada es completamente estable y permanente”

En una conversación sobre la situación del país, una colega del estado Táchira pregunta: ¿Será que siempre viviremos así? ¿Usted qué le respondería?

Le diría que no puedo responderle con un sí o un no, y añadiría que no es lo mismo medir el tiempo en términos de nuestra vida que en términos históricos. Para muchas personas la situación del país se convirtió en la única medida del tiempo, pero aun así es necesario comprender las circunstancias en perspectiva. 

Ya sé que lo que digo no es un consuelo, pero trato de ponderar las circunstancias y conocer un poco la historia, la nuestra y la de otros países, eso ayuda a comprender que nada es completamente estable y permanente, ni lo bueno ni lo malo. Por dar unos ejemplos, siempre había pensado que en Estados Unidos el sistema democrático era intocable, y ahora comienzo a dudarlo porque hay signos de que está siendo vulnerado. En sentido contrario, países que resistieron largas dictaduras como España y Portugal establecieron sistemas democráticos que han demostrado ser bastante sólidos.

Ante una crisis como la que padece Venezuela, siempre surge la tentación del “sálvese quien pueda”, con cada uno encerrándose en su propia burbuja para tratar de sobrevivir. ¿Cómo rescatar la vida en comunidad y los valores compartidos para enfrentar el desafío que presenta el gobierno?

Entiendo que para algunas personas el aislamiento puede ser una manera de defenderse, pero en mi opinión es un error. Precisamente en momentos de crisis es cuando más necesitamos de los otros. En las dificultades necesitamos los lazos que nos vinculan solidariamente y para ello no hace falta rodearse de mucha gente, pero sí de aquellos con los que compartimos valores, recuerdos, afectos. 

Sé que esto es difícil porque, además, la vida en comunidad se ha visto entorpecida por la diáspora que ha fracturado las redes familiares, amistosas, profesionales, vecinales, pero no es imposible. Requiere la voluntad de tejer estrategias y lograr que los vínculos no se pierdan, incluso crear nuevos con personas que entran en nuestra vida por distintas razones.

Quizá más como caricatura que como retrato, se describe al venezolano como un ser permanentemente feliz, sonriente, optimista. Pero ahora claramente el alma del venezolano está atravesada por la rabia, el dolor, el pesimismo y, sobre todo, el miedo. ¿Cómo conciliar esas dos caras y sobrellevar esos sentimientos para seguir adelante?

Ciertamente el venezolano tiene frecuentemente una manera liviana de entender las circunstancias, pero de ahí a suponer que somos gente siempre felices y optimistas hay mucha distancia. No sé en qué momento se creó esa imagen que nos desvirtúa y no nos representa adecuadamente. Probablemente se cruzó una imagen de sol caribeño y de alegría musical que puede a veces estar, pero obviamente no siempre, y que es más una imagen aceptada y publicitada que una realidad. 

La rabia, el dolor y el pesimismo son estados de ánimo propios de los seres humanos y también están presentes en nosotros. Cómo conciliarlos con otros de diferente signo es una tarea propiamente humana, saber cuándo reír y cuándo llorar, cuándo temer y cuándo confiar, cuándo alegrarse y cuándo sufrir. No nos hace bien pensar que antes éramos felices y optimistas, y ahora somos todo lo contrario, porque nos hunde en el pesimismo. El reto que se plantea es poder encontrar dentro de las situaciones infelices los momentos que nos brindan alegría.

El país que aspiraba a avanzar lentamente hacia una transición, ahora ve como se precipita hacia el otro extremo. Expertos denuncian que la censura aumenta, mientras el gobierno obliga a los ciudadanos a aceptar y repetir su narrativa so pena de sufrir graves castigos. ¿Cómo resistir y aferrarse a la verdad en medio de este panorama?

Hace muchos años de esto, pero todavía recuerdo una conversación con una mujer que había nacido y vivido la mayor parte de su vida en un régimen totalitario. Era una persona ilustrada, hablaba varios idiomas y tenía amplios conocimientos históricos y artísticos sobre su ciudad Riga -capital de Letonia-. Se ganaba la vida enseñándola a los turistas. Alguien le preguntó cómo había sido su vida de puertas para adentro, cuando era indispensable que su familia y ella misma siguieran los pasos de una educación soviética. Su respuesta fue más o menos así: “Mi familia siempre fue opositora. Fui educada en una república soviética, así que aprendí muy bien el valor del silencio, pero la sovietización era algo de puertas para afuera. Nosotros, en casa, no éramos comunistas”. 

Me parecía escuchar entre sus palabras latir el resentimiento que se mantiene cuando se ha humillado tanto, se ha ofendido tanto, se ha asesinado a tantos, y al mismo tiempo el orgullo de haber resistido.

Crece el discurso que apela permanentemente al auxilio de la comunidad internacional. ¿Ha quedado demostrado que los venezolanos somos incapaces de resolver los problemas que nosotros mismos creamos?

De nuevo apelo a la visión histórica de los acontecimientos. ¿Qué país ha resuelto sus crisis sin la cooperación de otros? Cito algunos ejemplos: En la Segunda Guerra Mundial fueron claves las alianzas entre los países democráticos para derrotar al eje del nazismo y fascismo. La democratización de los países europeos que permanecieron más de cuarenta años bajo el poder soviético no fue una lucha exclusivamente interna, sino que contó con la ayuda de otros países. Y sin ir tan lejos Bolívar pidió ayuda al presidente Pétion de Haití para organizar expediciones, envió misiones diplomáticas a Estados Unidos y Gran Bretaña, recibió ayuda económica de la colonia sefardita de Curazao, además de que participaron militares extranjeros en la guerra de Independencia.

La ayuda internacional no es una demostración de incapacidad sino un recurso utilizado desde antiguo hasta el presente en todas partes del mundo. Pensar que necesitar ayuda para resolver los problemas –políticos o de cualquier otra naturaleza– es una prueba de debilidad es una manera ingenua, y al mismo tiempo arrogante, de ver las cosas.

En Venezuela siempre está buscando a un salvador -o salvadora- con la ilusión de recomenzar la historia y alcanzar ese esquivo futuro luminoso. ¿Llegó la hora de renunciar a esa idea y entender que no habrá salida ni fácil ni rápida a nuestro drama?

Nunca hay salidas fáciles y rápidas para los problemas graves y complicados, a estas alturas eso pareciera obvio. Por otra parte, la idea de la salvación es una idea mesiánica, la esperanza de que alguien vendrá a salvarnos está muy arraigada en la humanidad, y no solo en Venezuela, aunque entre nosotros la utopía de recomenzar la historia en busca de un futuro luminoso es una ilusión que viene desde tiempos bolivarianos y ha sido espoleada en diferentes momentos de la historia contemporánea. 

La historia, igual que la vida, no puede recomenzar, solamente puede continuar tratando de mejorar lo bueno que ha dejado y de rectificar lo malo que persiste. La reconstrucción es un arduo trabajo con momentos luminosos y oscuros, con avances y retrocesos, que se beneficia si tiene líderes capaces y comprometidos, pero se construye con el esfuerzo común. Por eso es importante lo que veíamos antes, conservar los vínculos con aquellos con los que compartimos valores.