Educación y socialismo del siglo XXI: el igualitarismo retórico – Tulio Ramírez

Educación y socialismo del siglo XXI: el igualitarismo retórico – Tulio Ramírez

Introducción

El tema de la igualdad de oportunidades vuelve a la mesa de discusión de los profesionales de las ciencias sociales. La irrupción del igualitarismo en la retórica de los enemigos de las sociedades de libre mercado y democráticas, ha arrinconado bajo el remoquete de neoliberal excluyente, a uno de los principios constitutivos del ethos de las sociedades capitalistas, como lo es, el de la igualdad de oportunidades.

La narrativa anticapitalista ha intentado restarle fuerza progresista al término que señala la obligación por parte de las sociedades, de garantizar las libertades y condiciones que hagan posible el desarrollo del potencial de los ciudadanos, para lograr por sí mismos los niveles de bienestar y progreso que sean capaces de lograr, sin más limitaciones que sus actitudes, aptitudes y las regulaciones que evitan el atropello a terceros en esa carrera hacia la prosperidad.

Al imponerse en esta narrativa lo colectivo sobre lo individual, se supedita toda iniciativa al logro del bien común. Así, la educación, mecanismo clásico y efectivo de movilidad social ascendente, se le asigna la misión de formar ideológicamente a las nuevas generaciones en valores que garanticen el apoyo a un proyecto político con vocación de mantener a perpetuidad el poder político.

Uno de estos valores es el del “igualitarismo”. Más que un valor sería la eterna promesa que saldaría las desigualdades generadas por el sistema capitalista. 

Ahora bien esta retórica no es exclusiva de los socialismos ortodoxos. Ella ha trasvasado esas fronteras y se ha enquistado en los proyectos populistas como una de sus insignias más eficaces para lograr la simpatía y apoyo de las masas.

En este escrito analizaremos el caso venezolano, con la idea de hacer seguimiento a la transición de lo que podríamos denominar un modelo político con vocación de bienestar social e impulsor de la igualdad de oportunidades a un modelo político socialista con ingredientes populistas, que ha hecho que la educación haya dejado de ser el mecanismo más eficiente de ascenso social en Venezuela.

Igualdad de oportunidades. Diferentes enfoques

La sociología no marxista ha desarrollado de manera muy abundante el concepto de igualdad de oportunidades. El desarrollo conceptual de esta noción en el ámbito de las ciencias sociales se originó por la evidente situación de desigualdad que trajo aparejado desde sus orígenes, el sistema capitalista de producción. 

La desigualdad se ha abordado desde diferentes ópticas. Autores como Weber¹, la estudiaron desde el punto de vista del estatus que ocupa la persona en la sociedad, Parsons por su parte la abordó desde el prestigio, Dahrendorf desde la desigualdad generada por el poder y la autoridad y Lensky desde el concepto de privilegio. Por su parte Marx, analiza el tema como una consecuencia de la propiedad o no de los medios de producción.

Con independencia del abordaje teórico, lo que está en claro es que la presencia de la desigualdad entre los hombres obliga, bien por razones económicas, éticas, o políticas, a pensar en las compensaciones necesarias para minimizar o eliminar definitivamente la enorme brecha entre los que tienen y los que no tienen como procurarse un ciertos niveles adecuados de vida.. 

Dependiendo del enfoque y el diagnóstico sobre las causas de la desigualdad, se racionalizaron y propusieron soluciones de diferente tenor. Por ejemplo, los marxistas ortodoxos proponen que la solución pasa por la extinción de aquello que provoca la desigualdad, vale decir, eliminar el régimen de propiedad de los medios de producción. De esta manera se socializa la propiedad, administrándose la riqueza a través del Estado “una vez se apoderado por la clase históricamente oprimida”. Por supuesto, esta situación se mantendrá hasta la llegada del comunismo cuando desaparecerá el Estado y la igualdad entre los hombres sea la norma y no la excepción. 

Un enfoque más compensatorio asume que las desigualdades son efectos colaterales de un sistema social y económico que privilegia el libre albedrío y la libre competencia, sobreviviendo aquél que posea mejores aptitudes y actitudes para ser exitoso. Desde este enfoque, la lucha contra la desigualdad se emprende desde la generación de igualdad de oportunidades para que todos, con independencia del lugar que ocupen en la escala social, pueden acceder con base a su esfuerzo, a la riqueza y al bienestar. Vale decir, que el lugar que ocupa hoy, no determine el que ocupará mañana.

Así entonces, el binomio desigualdad-igualdad ha ocupado el pensamiento y la acción política. Un dato importante es que a pesar de que los diagnósticos son diferentes y las alternativas de solución por consiguiente, también diferentes, hay un elemento en común, a saber, el reconocimiento de la existencia de la desigualdad y la necesidad de revertirla o minimizarla.

Nos centraremos, por ahora, en la óptica marxista. Es evidente que el socialismo real, inspirado en el marxismo-leninismo, más que hacer desaparecer la desigualdad ha generado otro tipo de desigualdades tan perversas como las que generó el liberalismo capitalista más radical. Las evidencias históricas han demostrado que en ese tipo de regímenes se crea una Nomenclatura Parasitaria del Estado que usufructúa las riquezas generadas por una población que está muy alejada de las mismas. 

Así, tras una retórica que justifica la desaparición de las clases sociales en aras de la igualdad entre los hombres, se esconde un modelo político que se perpetúa en el tiempo, gracias al cercenamiento de las libertades y la dependencia a un Estado que distribuye la pobreza y alimenta la dependencia de los individuos, al gobierno.

Esa propaganda igualitarista que genera en las masas una ilusión de mejor porvenir, luego se mantiene en impecable y afinado uso. Los argumentos para justificar la no concreción de la igualdad giran en torno a dos ideas siempre presentes en los discursos oficiales: a) se logrará la igualdad una vez concluido el eterno proceso de “construcción del socialismo”; b) no se ha logrado la igualdad debido a “los ataques generados por los enemigos de la revolución”. Esta profecía nunca cumplida es lo que he dado en llamar el “igualitarismo retórico y utópico”. Es una suerte de promesa eternamente incumplida, que ha servido como chispa para tumbar regímenes y, una vez derrocados, como combustible para mantener la esperanza de los que menos tienen.

Desde otra óptica, la democracia como modelo político ha supuesto una variedad de posiciones en torno al tema. Estas van desde el liberalismo más radical hasta las recientes corrientes más asistencialistas. 

La tradición liberal sostiene que el tema de la desigualdad es naturalmente consustancial al modelo de sociedad basado en el libre mercado. En un mundo donde impera la libre competencia, la supervivencia del más apto es lo que determina la desigualdad. En su esfera de libertad los individuos optan o no por competir. Así, los que compiten contribuyen al progreso de la sociedad, amén de su progreso individual. Los que no compiten o no tienen las aptitudes para ello, pasarán a formar parte de la rémora natural de un sistema que no les negó la libertad de competir.

Posiciones menos radicales sostienen que la igualdad social en un sistema de mercado se logra cuando las oportunidades, en principio, están abiertas a todos. Así, se introduce junto al concepto de igualdad social, el concepto de igualdad de oportunidades, aludiendo éste, a la libertad que la sociedad le brinda al individuo para desarrollar todo su potencial para insertarse en el circuito económico y lograr riqueza y bienestar social,

Desde esta mirada la sociedad de mercado garantizaría el desarrollo individual desde el paraguas de la libertad. El éxito estaría basado en la acción individual y en la desregulación de todo lo que podría impedir el desarrollo de ese potencial. Desde esta lógica todos salen a competir en las mismas condiciones, siendo las diferencias individuales las que determinaran el éxito de unos y el fracaso de otros. La desigualdad seria el efecto naturalmente colateral de esta dinámica de ejercicio de la libertad.

Frente a esta clásica visión se encuentran en el otro extremo, las fórmulas populistas que han azotado en gran medida a los países latinoamericanos. Para los regímenes marcados por el populismo el asunto de la igualdad social es el centro del discurso político. Para Bobbio las fórmulas políticas populistas son aquellas que consideran al pueblo como un conjunto social homogéneo y como depositario exclusivo de valores positivos, específicos y permanentes, siendo fuente principal de inspiración y objeto constante de referencia por parte del líder. El discurso populista no necesita como intermediario a las organizaciones políticas, aunque ellas existan y sean la base organizativa del líder carismático. 

América Latina fue en su conjunto un caldo de cultivo para el desarrollo del populismo. Países cuyas guerras de independencia, se forjaron por ejércitos improvisados al mando de Generales provenientes de las clases oligárquicas, quienes, para atraer a sus filas a campesinos sin tierras, prometieron tierra, pan y trabajo. La esperanza de lograr la tierra más que la independencia, fue lo que configuró un esquema populista de hacer política desde los primeros momentos de las nacientes repúblicas.

Esta cultura política se extendió por todo el siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX cuando fueron derrocadas las Dictaduras Militares y se instauraron regímenes democráticos en toda la región. Este cambio del modelo político no supuso la desaparición del populismo como estrategia para captar voluntades. Por el contrario, se exacerbó como consecuencia de la necesidad de cautivar a las masas para hacerse de sus votos en las nacientes contiendas electorales.  

Ahora bien, el populismo debe ir acompañado, además de la retórica llena de promesas de redención social, de un mecanismo de distribución para mantener la ilusión de cumplimiento de lo prometido a “las masas desheredadas”. Se echa mano al precario tesoro público para la repartición de dádivas sin exigir compensación alguna, más allá de la fidelidad al líder y al Partido, creándose una vinculación de dependencia de las mayorías empobrecidas con respecto al gobierno.

Los modelos populistas tienden a ser de frágil sostenibilidad ya que su gobernabilidad reside en una política distributivista que no incentiva la emprendeduría individual ni la inversión de capitales. Esta estrategia unida a eventuales expropiaciones para satisfacer la promesa de “dar duro a los explotadores”, crean un ambiente de inseguridad jurídica que ahuyenta cualquier posibilidad de inyección de capitales nacionales o extranjeros.

Para los regímenes populistas la desigualdad social se combate distribuyendo entre los que no tienen, la riqueza generada por la explotación de los recursos naturales que están en manos del Estado, por la imposición de impuestos exagerados a los que generan riquezas o la confiscación de bienes y propiedades para luego ser repartidas de manera graciosa. El resultado, son sociedades empobrecidas, con altos niveles de desempleo y deficientes servicios públicos. Estos regímenes cuando no pueden satisfacer sus promesas por falta de recursos, tienen que recurrir a la represión para sortear los reclamos y protestas de una ciudadanía acostumbrada a recibir todo de parte del Estado. 

Ahora bien, el populismo desarrollado en el marco de sociedades con regímenes democráticos caracterizados por la alternabilidad pacífica del poder, es otra variante. Es el caso de algunos países centroamericanos que aun no siendo eficientes en la generación de riquezas ni en el mantenimiento de buenas condiciones de vida de la población, han podido persistir porque los partidos que han monopolizado la simpatía de las grandes masas empobrecidas, comparten las mismas prácticas políticas populistas. 

Una tercera perspectiva es la derivada de los modelos democráticos con enfoque de Bienestar Social. Sus orígenes se remontan a la explosión de la productividad gracias a las técnicas tyloristas y fordistas y a la automatización creciente de la industria. El aumento de la productividad en los Estados Unidos supuso el mejoramiento sustancial de los salarios, incorporando al consumo a la masa de trabajadores, con el consabido mejoramiento de la calidad de vida. 

Ante el crecimiento de la riqueza producto del trabajo, se disparó un sinnúmero de demandas sociales en materia de salud, educación, servicios sociales. En los últimos decenios los ciudadanos dejaron de demandar únicamente al Estado por la protección de sus libertades, para exigir garantías de una mayor igualdad social y disfrute de oportunidades para mejorar la calidad de vida.

La política distributivista se afianzó en la inversión social más que en el subsidio directo. Esta es una de las diferencias con el populismo. Se invierte recursos del Estado para generar condiciones de igualdad dentro de un marco de libertades que incentiva la iniciativa privada y el desarrollo potencialmente productivo de los individuos.

Al implementarse políticas de aseguramiento de servicios sociales universales, se igualan las oportunidades reduciéndose considerablemente las causas que pudiesen originar conflictos laborales y sociales por el mejoramiento de las condiciones de vida.

 Por supuesto, como en toda sociedad cuyo Estado debe disponer de suficientes recursos para lograr ciertos estándares universales de vida, cualquier situación de crisis económica que reduzca el PIB y por ende la cantidad de recursos gubernamentales por vía de impuestos, provocará colapsos de estos servicios alterando la paz social en reclamo de derechos adquiridos interrumpidos o minimizados de manera abrupta.

En estos casos, la solidez de las instituciones para realizar los ajustes correspondientes y la madurez de la ciudadanía serán elementos claves para sortear las dificultades sin que se generen cataclismos políticos importantes.

La democracia prechavista: apertura y agotamiento de un abanico de oportunidades

Luego de una larga tradición de gobiernos militares, con una muy breve experiencia de gobierno civil en 1945, Venezuela arriba a un modelo político democrático a partir de 1958. Una coalición de partidos políticos junto al apoyo de sectores de las Fuerzas Armadas, lograron desalojar del poder al General Marcos Pérez Jiménez. Esta coalición una vez caída la Dictadura, organizó elecciones democráticas en un marco de libertades, progreso e inversión social que se mantuvo en crecimiento constante durante las primeras dos décadas de gobierno democráticos. 

Durante ese período se incrementó la tasa de empleo por el surgimiento de nuevas industrias creadas con la ayuda y auxilio financiero del Estado venezolano. Esto trajo como consecuencia la migración de la población campesina a las urbes y regiones industriales, aumentando la demanda de vivienda, salud y educación. 

El empleo se dinamizó gracias a la construcción de carreteras, viviendas e industrias. En materia de salud, se crea el Instituto Venezolano de los Seguros Sociales, como mecanismo para atender la salud de los trabajadores, sus pensiones por incapacidad y jubilación. De igual manera se construyeron escuelas en todo el país para saldar la deuda de atención educativa a las mayorías que se mantenía desde la guerra independentista hasta mediados del siglo XX.

Los recursos derivados de los royalties petroleros apuntalaron el gasto social en la creación de servicios universales. Para un politólogo como Juan Carlos Rey más que la instauración de un Estado de Bienestar, se organizó en el país lo que denomina como un Sistema Populista de Conciliación constituido por “un complejo sistema de negociación y acomodación de intereses heterogéneos, en el que los mecanismos de tipo utilitario iban a desempeñar un papel central en la generación de apoyos al régimen y, por consiguiente, en el mantenimiento del mismo”. 

Sin desmerecer tan interesante apreciación, más bien creemos que se trató de una modesta pero efectiva política económica de Bienestar Social, implementada en el contexto de una dinámica política populista como medio para captar el apoyo de sectores sociales mayoritariamente populares, pero a la vez policlasista por las alianzas con influyentes elites económicas e intelectuales, para acceder al poder por la vía democrática.

A nuestro entender se obtuvieron importantes logros en materia de política social gracias a la renta petrolera. Los primeros 20 años de democracia post dictadura consolidaron una clase media robusta y un sector sindical que si bien no era totalmente independiente de los partidos políticos, desarrollaron una acción reivindicativa que garantizó condiciones laborales aceptables para la mayoría de los trabajadores.

Quizás el mayor logro se obtuvo en materia educativa. Con la democracia se construyó la infraestructura escolar que todavía hoy persiste en todo el territorio nacional. En los rincones más remotos se construyó una escuela y en las ciudades se construyeron los Liceos que permitieron la continuidad de los estudios de esa gran masa de niños que se incorporó al sistema escolar desde los primeros años de la década del 60. Para 1958 había poco más de 850.000 estudiantes matriculados en todos los niveles del sistema educativo, esta cifra aumento en un 496% para 1978, ubicándose en más de 4 millones. 

La Fundación Gran Mariscal de Ayacucho creada en 1975, envió a miles de venezolanos a las mejores universidades del mundo para estudiar carreras de pregrado y postgrado. Esos profesionales luego regresaron para dar lo mejor de sí al país. 

A la caída de la Dictadura en 1958 había solo tres universidades públicas (UCV, ULA y LUZ) y dos universidades privadas (USM y UCAB). Veinte años después las autónomas se elevaron de tres a cinco con la Universidad de Carabobo y la Universidad de Oriente. Las universidades privadas aumentaron de dos a quince para 1999 y la nueva categoría de universidades experimentales dependientes del Ministerio de Educación, para la misma fecha ascendían a 16.  

Esta política de inversión social fue restringiéndose en la medida en que la renta petrolera fue disminuyendo. A partir del famoso Viernes Negro de febrero de 1983 cuando se devaluó el Bolívar, moneda que hasta ese momento se encontraba entre las más fuertes de Latinoamérica, comenzó una prolongada crisis económica que se unió a una crisis política de legitimidad de los partidos que hasta ese momento se habían rotado el poder en Venezuela.

La corrupción generalizada, la pérdida de liderazgo de los grandes partidos, la reducción del gasto social, el aumento del desempleo, la inflación, el aumento de la delincuencia y el deterioro progresivo de la calidad de vida fueron, entre otros factores, los que abonaron el terreno para que buena parte de la población, viera con buenos ojos los intentos frustrados de Golpes de Estado protagonizados por Hugo Chávez y luego aportaran los votos suficientes para llevarlo a la Presidencia de la República en 1998.

Una campaña electoral con un lenguaje populista, reivindicador y justiciero, cautivó a poco más de 30% de votantes que, ante candidaturas dispersas y un alto porcentaje de abstención, llevaron al Teniente Coronel retirado Hugo Chávez a la presidencia de la república. La promesa de “destruir las Cúpulas corruptas”, “freír en aceite la cabeza de los adecos” y “pagar la deuda social contraída por los pobres”, abrió un ciclo de luna de miel entre Chávez y los pobres que le permitió sobrevivir al llamado paro petrolero de finales de 2002, a los sucesos del 11 de abril de 2002 y al revocatorio de 2004.

Así, Chávez desplegó una serie de políticas populistas que desde los primeros momentos encendieron las alarmas a los sectores productivos del país y a la clase política desplazada del poder. Sin embargo, gracias a la renta petrolera recuperada por el alza de los precios del crudo, el chavismo pudo capitalizar a los sectores más empobrecidos gracias a programas sociales en materia de educación, vivienda, salud y variados subsidios, solo sostenibles gracias a lo generado por la comercialización del crudo.

En medio de la distribución populista de la renta petrolera, se implementaron unas desacertadas políticas económicas que desestimularon la inversión en las áreas productivas e hicieron migrar capitales a otros países generándose el cierre de empresas. Las expropiaciones de comercios, fábricas y tierras productivas, la inamovilidad laboral, el control de los precios y la prevalencia de un discurso presidencial cada vez más amenazador en contra de la empresa privada, generaron un clima de inseguridad jurídica y de creciente desinversión, lo que trajo como consecuencia una prolongada contracción económica. 

El período chavista: ¿educar para progresa o para reproducir la pobreza?. 

A la muerte de Chávez y el ascenso de Nicolás Maduro a través de unas elecciones severamente cuestionadas, la situación económica del país no había mejorado. Por el contrario, la persistente caída de los precios del petróleo aunado a la desinversión en la industria petrolera, y la profundización de la política populista de subsidios y dádivas para mantener el control de la ciudadanía, no atrajeron capitales para dinamizar una economía que se hundía por el peso de la corrupción, la deficiente gestión, la hiperinflación y el populismo desangrante del precario erario nacional.

Para 2017 el salario mínimo había dejado atrás a los pagados por Cuba y Haití. Para el 2018 los venezolanos recibían apenas 15,96 dólares al mes por concepto de salario mínimo, ya era el más bajo de la región, Para enero de 2021 el salario mínimo ni siquiera llega a pasar de 1 dólar mensual. La encuesta ENCOVI realizada en 2019 revelaba niveles de pobreza que rondaban el 80% de la población.

El PIB ha venido en caída libre desde el año 2016. La desaceleración de la economía representaba en ese año un 44,3% menos que el PIB de 2013. Según cifras del Banco Central de Venezuela para 2018 la economía venezolana se había contraído en un 15%, por quinto año consecutivo. Para 2021 se prevé un descenso de 2 dígitos. 

Las tasas de inflación venían creciendo como un tsunami desde 2017. Tal incremento era mayor al 50% mensual, cerrando cada final de año con un porcentaje mayor al 160%. Esa enorme ola inflacionaria convirtió a Venezuela en uno de los 3 países con mayores índices a nivel mundial. Para 2021 se prevé una inflación de 100000%.

En cuanto a la tasas de desempleo el Banco Mundial señala que el gobierno para 2015 declaró que la desocupación se encontraba en un 14,02%, El cierre de empresas, las expropiaciones y la baja productividad aumentó el paro para 2018, en 33,3%. El Fondo Monetario Internacional por su parte proyectaba en 2019 que para 2021 Venezuela tendría la tasa de desempleo de 52%. Es de hacer notar que estas cifras no incluyen el subempleo o los trabajadores temporales e informales quienes para las estadísticas gubernamentales se encuentran en condición de empleados.

En cuanto a los servicios públicos, ya desde el año 2017 comenzaba a escasear el agua, los apagones se hicieron moneda corriente y el servicio de comunicaciones telefónicas comenzó a hacer aguas. Es de destacar que para marzo de 2019 Venezuela vivió el apagón más largo de su historia. Fueron entre 5 y 7 días continuos, dependiendo de las regiones. La falta de mantenimiento e inversión en nuevas tecnologías hicieron que las fallas en las hidroeléctricas no se hicieran esperar. En materia de conectividad, nuestro país se ubica en los últimos 11 países del mundo.

El deterioro de la educación ya se avisaba desde mediados de la segunda década del año 2000. Después de una explosión matricular en todos los niveles educativos a partir del año 2003 por las misiones educativas y el anuncio de una supuesta victoria temprana en materia de alfabetización de adultos, se verifica que, desde el año 2007, ha descendido de manera considerable la matrícula escolar. El descenso más grave fue en los grados iniciales donde, según las cifras que aporta la Memoria Educativa de Venezuela, para 2018 se mantuvo un promedio de 3 millones de estudiantes fuera de las aulas.

El cambio a la educación On line por efectos de la pandemia trajo consigo una disminución de aproximadamente 4.967.660 estudiantes en todos los niveles educativos, según cifras aportadas por el Boletín Anual de Memoria Educativa Venezolana editado en enero de 2021. Esto, sin mencionar que la brecha entre los que tienen acceso a la tecnología y a la conectividad y los que no la tienen ha ensanchado de manera considerable la ya existente. Otro tanto tiene que ver con la calidad educativa, asunto pendiente de evaluar cuando termine la pandemia.

Las medidas populistas de Chávez en materia educativa desde 2002 se sostuvieron gracias a los altos precios del petróleo. Su interés fue mostrar estadísticas de matrícula como si fuesen trofeos de la revolución. Se trataba de emular la propaganda cubana como el país más inclusivo de la región, mientras que los esfuerzos por ideologizar la escuela se veían frustrados una y otra vez por el rechazo de la sociedad civil a las diferentes propuestas curriculares más enfocadas a formar militantes revolucionarios que a formar estudiantes de calidad.

Las estridencias en cuanto a logros educativos fue bajando en la medida en que se dejó de disponer de los ingentes recursos presupuestarios. Junto a la insuficiencia de recursos, la pandemia ha agudizado la crisis educativa que se arrastraba desde el 2006. Ya no solo en cuanto al descenso progresivo de la atención escolar, ahora se suma el ensanchamiento de la brecha entre los que tienen, o no, acceso a la educación no presencial por no contar con señal, equipos o docentes preparados en educación On Line. Sin mencionar las altas tasas de renuncias de maestros y profesores por recibir miserables sueldos que no sobrepasan los 4 dólares mensuales en el mejor de los casos.

En cuanto a las universidades autónomas la situación es igual de preocupante. La asfixia presupuestaria ha llegado a niveles límites. Estas instituciones hoy no cuentan con recursos ni siquiera para reponer bombillos. Los profesores devengan menos de 10 dólares mensuales y muchos han formado parte de la diáspora. Esta descapitalización de docentes e investigadores ha resentido la productividad científica en Venezuela. Para 1998 Venezuela generaba el 4,8% de los artículos científicos producidos en América Latina y el Caribe, para 2020 esta cifra descendió a menos del 0,3%.

En 20 años de socialismo del siglo XXI, la clase media venezolana se ha empobrecido. La educación, a pesar de los picos de aumento de matrícula y de creación de nuevas universidades no ha contribuido a desarrollar mecanismos de ascenso social. Es pertinente recordar las palabras de un ministro de educación del régimen, quien en 2014 dijo: “no es que vamos a sacar a la gente de la pobreza para que se conviertan en clase media y aspiren ser escuálidos”. Con estas palabras se dibuja clara y nítidamente que la intención de la educación en revolución no es el logro de la prosperidad.

Una vez culminada la pandemia, la situación de pobreza generalizada muy probablemente seguirá estimulando la diáspora de docentes de todos los niveles educativos, así como las renuncias de estos profesionales para emprender oficios mejor pagados. El gobierno enfrentará esta situación con la estrategia populista de ofrecer los cargos docentes a afectos y simpatizantes que no tienen ni la titulación ni las competencias para serlo. Esto desprofesionalizará la carrera docente, lo cual haría caer aún más, la ya cuestionada calidad académica de nuestros estudiantes, desde la educación primaria a la universidad.

Breve comentario para concluir

La propaganda populista se fundamenta en la promesa de un igualitarismo “hacia abajo”. Si, según Chávez. “ser rico es malo”, entonces por simple lógica, se debe concluir que ser pobre es bueno. Esta aislada frase le anunció a los venezolanos cuál sería la orientación de la revolución en materia económica y social. Desde esta lógica “revolucionaria”, los programas sociales “igualitaristas” no son para salir de la pobreza; son para afianzarse en ella. 

Estos programas han sido financiados con recursos de terceros, sean privados o provenientes del erario nacional. Esto establece una diferencia con las políticas de bienestar social que promuevan o garanticen la igualdad de oportunidades a partir de una inversión financiada por toda la sociedad a través de los impuestos o las ganancias generadas por las empresas del Estado, pero nunca con base al arrebato y confiscación de lo generado por la iniciativa privada. Esta es la gran diferencia entre el populismo y un modelo político democrático, responsable y con control político por parte de la sociedad a través de las instituciones del Estado.

Es precisamente por la falta de este control y la impunidad reinante, que el despilfarro y la malversación campean en los regímenes populistas. En ellos las instituciones de control tienden a estar en manos de la Nomenclatura, beneficiándose de las mieles del poder y haciéndose la vista gorda ante la corrupción imperante. 

La necesidad de mantener el poder a toda costa, una vez dilapidadas todas las riquezas, igualan a los regímenes ideologizados y dictatoriales como el cubano o el norcoreano con sus variantes populistas con desraído ropaje democrático, como el venezolano y el nicaragüense. 

En todos estos casos la misión asignada a la educación es de sedimentar en la conciencia de las nuevas generaciones, el apoyo necesario para perpetuar esos modelos políticos y no para lograr que los ciudadanos puedan salir de una pobreza generalizada consustancial a un sistema político comprobadamente ineficiente en lo económico y empobrecedor en lo social.

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