Del milagro polaco al milagro venezolano

Del milagro polaco al milagro venezolano

Por Juan Miguel Matheus

Publicado originalmente en La Gran Aldea , 10 de octubre de 2025.

Dos países, dos yugos

En el corazón de Europa del Este, Polonia soportó durante casi medio siglo el peso de un régimen comunista impuesto desde Moscú (antes había padecido la dominación nacionalsocialista). Fue un tiempo de represión política, control absoluto del Estado sobre la economía, censura cultural y vigilancia social. Durante décadas, los polacos aprendieron a sobrevivir en un mundo donde la verdad se ocultaba tras la propaganda, donde la escasez era norma y donde la dignidad humana era permanentemente vulnerada. Sobrevivieron en medio del terror.

En la otra orilla del Atlántico, Venezuela lleva ya un cuarto de siglo bajo el chavismo-madurismo: un régimen de naturaleza híbrida que mezcla la retórica marxista y militarismo con las prácticas propias de una corporación criminal: el Cártel de los Soles. El resultado es devastador: destrucción institucional, colapso económico, persecución política, diáspora masiva y penetración del crimen organizado convertido en Estado.

Entre Polonia y Venezuela hay diferencias obvias de contexto histórico, cultural y geográfico. Pero también hay similitudes que iluminan un horizonte posible: el de una reconstrucción nacional. Polonia, tras casi cincuenta años de comunismo, supo emprender un camino que la llevó a convertirse en una democracia vigorosa, integrada en la Unión Europea y en la OTAN, con niveles sostenidos de crecimiento económico. Venezuela, tras el Cártel de los Soles y el chavismo, puede —y debe— encaminarse hacia un “milagro venezolano” que recuerde, con sus propias particularidades, al “milagro polaco”.

POLONIA BAJO EL YUGO COMUNISTA

Represión y economía estatizada

La Segunda Guerra Mundial dejó a Polonia devastada. Tras la victoria soviética en 1945, el país quedó atrapado en la órbita de Moscú. Se instauró un régimen comunista caracterizado por el partido único, la represión sistemática de la oposición y la subordinación de la política polaca a los intereses geopolíticos de la URSS. La economía fue centralizada y planificada. El Estado se convirtió en dueño y administrador de casi toda la actividad productiva, con los resultados conocidos: ineficiencia, escasez crónica, colas interminables, deterioro de la moneda y falta de innovación tecnológica.

La Iglesia y las reservas morales

Sin embargo, debajo de la superficie, resistieron fuerzas profundas de identidad y libertad. La Iglesia católica, a pesar de la hostilidad del régimen, se mantuvo como reserva espiritual y moral del pueblo polaco. Los intelectuales, aunque perseguidos, siguieron alimentando un pensamiento crítico. Y el pueblo trabajador, en particular los obreros industriales, nunca abandonaron del todo la aspiración de dignidad y justicia social.

El despertar de la sociedad civil

En 1980, un acontecimiento cambió la historia: el surgimiento de Solidarność (Solidaridad), un sindicato independiente liderado por Lech Wałęsa. Lo que empezó como una protesta laboral en los astilleros de Gdansk se convirtió en un movimiento social masivo, que unió a millones de trabajadores, intelectuales y ciudadanos en un frente común contra el régimen.

Solidaridad fue mucho más que un sindicato: fue un espacio de libertad en medio de la opresión, una organización capaz de articular demandas políticas, económicas y sociales, y un símbolo de unidad nacional frente al comunismo.

El otro factor decisivo fue la figura de Karol Wojtyła, elegido Papa en 1978 bajo el nombre de Juan Pablo II. Su visita a Polonia en 1979 encendió una llama de esperanza. Sus palabras —“No tengáis miedo”— resonaron en el corazón de un pueblo que comenzaba a despertar del letargo del miedo. La Iglesia, con el Papa polaco a la cabeza, dio cobertura moral e internacional a la resistencia democrática.

La década de 1980 fue dura: represión, ley marcial, cárcel para los líderes de Solidaridad. Pero la semilla estaba sembrada. La sociedad civil polaca había demostrado que podía desafiar al régimen y mantener viva la llama de la libertad.

La transición y la terapia de choque

En 1989, el comunismo europeo se derrumbó como un castillo de naipes. En Polonia, ese derrumbe tuvo un sello particular: la Mesa Redonda entre el régimen y la oposición. Fue un proceso de negociación política que permitió, por primera vez, elecciones semilibres. En esas elecciones, Solidaridad arrasó, demostrando que el régimen no tenía legitimidad social.

El cambio fue rápido y profundo: nuevo parlamento, nuevo gobierno, y el inicio de una transición pacífica hacia la democracia. La transición política vino acompañada de un desafío económico monumental. Se aplicó la llamada “terapia de choque”: reformas radicales de liberalización, apertura comercial, privatización y disciplina fiscal. Fueron años de gran sacrificio social, con desempleo y ajustes dolorosos, pero el resultado fue claro: Polonia inició un ciclo de crecimiento sostenido.

La integración internacional fue clave. Polonia ingresó en la OTAN en 1999 y en la Unión Europea en 2004. Esas anclas externas consolidaron la democracia, aseguraron la inversión extranjera y fortalecieron la seguridad nacional. Hoy, Polonia es uno de los países más dinámicos de Europa del Este, con instituciones democráticas consolidadas y una economía pujante.

VENEZUELA BAJO EL CHAVISMO-MADURISMO

Autoritarismo y captura institucional

El contraste con Polonia es inevitable. Durante 25 años, el chavismo y luego el madurismo han impuesto un modelo autoritario que combina la retórica marxista con la captura criminal del Estado. La democracia fue desmantelada: el TSJ, el Poder Ciudadano y el Consejo Nacional Electoral se convirtieron en apéndices de Miraflores. La persecución política ha llevado a la cárcel, al exilio o a la muerte a cientos de opositores. Los medios de comunicación fueron censurados o comprados por testaferros del régimen.

Colapso económico y social

La economía fue destruida: expropiaciones, controles de precios, corrupción gigantesca y colapso de la industria petrolera. El resultado es una de las peores crisis humanitarias del mundo contemporáneo: hiperinflación, pobreza generalizada, hambre y servicios públicos colapsados.

Estado criminal y Cártel de los Soles

Pero lo que diferencia a Venezuela de otros regímenes autocráticos es el grado de penetración del crimen organizado en el propio Estado. El llamado Cártel de los Soles, con Maduro a la cabeza, convirtió a altos mandos militares y a otros personeros del Estado en narcotraficantes internacionales. La minería ilegal de oro, el contrabando de gasolina y el lavado de dinero son parte de la estructura misma del poder. Venezuela ya no es solo una dictadura: es una corporación criminal disfrazada de gobierno.

La ventaja venezolana: partidos y cultura democrática

Aquí, sin embargo, Venezuela cuenta con una ventaja que los polacos no tuvieron: la existencia de partidos políticos arraigados en la cultura ciudadana. A pesar de la represión, la persecución y la fragmentación, los partidos democráticos en Venezuela han mantenido una continuidad histórica que es signo de resiliencia. Forman parte de la identidad política del país y son todavía hoy vehículos de representación y lucha democrática.

A esta ventaja se suma una herencia de enorme valor: la cultura democrática de Puntofijo. El pacto político que dio estabilidad a la república civil en 1958 y que consolidó la alternancia democrática durante cuarenta años no ha podido ser borrado por el chavismo-madurismo. Esa experiencia sigue siendo un referente histórico y moral que late en la memoria de los venezolanos y que puede reactivarse como fundamento de un nuevo comienzo de la democracia constitucional.

El milagro venezolano por venir

La justicia transicional en Venezuela deberá ser profunda: tribunales nacionales e internacionales tendrán que procesar crímenes de lesa humanidad y delitos de narcotráfico. El pacto de pueblo en torno a la Constitución deberá restituir la separación de poderes y colocar la dignidad humana en el centro del ordenamiento jurídico. La economía deberá abrirse al mundo con disciplina y responsabilidad. Y la memoria del chavismo-madurismo deberá convertirse en vacuna contra su repetición.

Venezuela puede lograrlo

Polonia enseñó que es posible levantarse de medio siglo de marxismo y construir una democracia próspera. Venezuela, tras el chavismo y el Cártel de los Soles, puede hacerlo también.

El reto es enorme: reconstruir un país después de una dictadura, quizás la más perversa del siglo XXI, y después de un Estado criminal. Pero la historia enseña que no hay cadenas eternas. Polonia supo romperlas con organización, fe y decisión. Venezuela está llamada a hacer lo mismo.

El día que lo logre, el mundo hablará del milagro venezolano, como antes habló del milagro polaco. Y ese milagro no será otra cosa que la resurrección de un pueblo que, tras la noche más oscura, decidió abrazar de nuevo la libertad, la justicia y la dignidad.


Este artículo fue publicado originalmente en La Gran Aldea en octubre de 2025.